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La otra cara de Miami

Por: Revista Open 16 Ene 2020

En Florida, la ciudad de Miami nunca duerme; y aunque se pensaría que es a causa de la eterna fiesta latina que predomina, podría ser una pesadilla causada por los estragos que emergen de una economía quebrantada.


La otra cara de Miami

Por Juan García Alejandro

Es más probable atravesar el desierto a pie o el océano en balsa para entrar a los Estados Unidos, que cruzar la custodiada puerta del club Mynt Lounge. Para hacerlo, necesitarías ser una estrella de cine, tener guardaespaldas y descender de una lujosa limosina del brazo de Gisele Bündchen, Jennifer Lopez o Lady Gaga. Ellos han sido clientes del exclusivo sitio de Miami Beach que cada verano se da el lujo de renovarse.

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Pero según un reciente estudio de la edición online de la revista Forbes, sólo un 1% de los que viven en Miami viven en esta realidad. El 99% restante, como decía un amigo, somos ‘el infelizaje’, los que vivimos la otra realidad; esa que nos ahoga en deudas, que amenaza nuestra seguridad en las calles y que lo mismo nos hace perder la estabilidad, que la casa y el empleo.

Más que una ciudad, Miami es una paradoja. Es donde los jóvenes vienen a reventarse, y a la vez la casa de retiro donde los ancianos buscan tranquilidad en sus últimos días. Es la tierra que los cubanos del exilio se ganaron a pulso, y a la que heroicamente han llegado sorteando las traicioneras olas apretujados en una balsa o a bordo de una camioneta. Sí, 12 personas manejando en el mar un Chevrolet ’51.

Miami es donde mis chamos se sienten lejos de las payasadas de su presidente; mis paisas, de los secuestros de las FARC; y mis chés, cada vez más cerquita de Dios. Por cierto, como aquí hay tantos acentos como barcos en sus bahías, es el peor sitio para aprender inglés. Miami es la Torre de Babel que de noche se embriaga y baila salsa en un interminable festín de luces y decibeles, y que al día siguiente se cura la cruda recostada a pierna suelta, en una de las tantas playas de South Beach. Cosmopolita y ambivalente, es la capital de la opulencia y la pobreza, donde los impuestos y las cuentas llegan justo a la misma altura que los implantes que presumen sus mujeres en un desfile matinal de escotes, impecablemente producidas tan sólo para llevar a sus hijos a la escuela. No tendrán para la pagar la mensualidad de su hipoteca, pero las siliconas sí.

Aunque en Miami los cubanos han escalado importantes peldaños en la política ocupando puestos públicos como la alcaldía, la comunidad es tan variada que se mezcla y enriquece, pero tristemente también se divide y se empobrece. Es, para quienes vienen de visita, el mejor lugar para vacacionar. Pero ciertamente, para los que somos de aquí dista mucho de ser el mejor sitio para vivir.

Ciudad de contrastes

La revista Forbes una vez clasificó a la ciudad como la más miserable para habitar, en el país de Mickey Mouse y el Tío Sam. ¿Por qué? Por sus crímenes violentos, su elevada tasa de desempleo, ejecuciones hipotecarias, impuestos salariales y a la vivienda, el precio de sus casas, la corrupción de sus gobernantes y hasta el tiempo de traslado en sus autopistas, pues dice, ese tipo de trivialidades pueden llegar a ser un factor determinante para un número significativo de personas que viven en la pobreza.

Y tiene sentido, pues para llegar a un trabajo a 20 millas de distancia, por ejemplo, se pueden hacer desde 40 minutos hasta 2 horas y media, dependiendo del horario, si hay un choque, una desviación, atropellaron a un pato (no es broma) o te toca uno de los innumerables congestionamientos por labores de construcción que en una década no han podido terminar en sus 4 principales vías.

Incluso el clima y el desempeño de los equipos deportivos de la ciudad fueron considerados por la reconocida publicación de negocios para evaluarla. Lamentablemente, ni su envidiable sol ni sus millonarios Marlins, Miami Heat y Dolphins pudieron evitar que encabezara tan penoso puesto entre las 200 ciudades analizadas.

Y aunque según la bochornosa lista Detroit y Flint, ciudades de Michigan famosas por sus compañías automotrices y las más altas tasas de crímenes violentos, se ubicaron en segundo y tercer sitio, en cuarto y séptimo lugar quedaron West Palm Beach y Fort Lauderdale, ambas ciudades de la Florida muy cercanas a Miami.

En realidad son pocos los inmunes a la crisis que la mayoría sufrimos. Como los etílicos ricachones que se divierten en los 12 bares, restaurantes y centros nocturnos del majestuoso Hotel Fontainebleau de Miami Beach, y que al terminar la farra se hospedan en sus suites (cuyo precio por noche es tan alto, que ni aparece ni se puede reservar online). Mientras algunas personas construyen complejos de al menos $20 millones de dólares en una isla privada, el 75% de los miamenses gana menos de $75,000 al año.

Para acabarla, Miami, mapa de millonarias y espectaculares mansiones, es considerada también la sexta ciudad con las casas más devaluadas del país, pues según estadísticas inmobiliarias, al menos 364 mil propiedades han entrado ya en proceso de ejecución hipotecaria.

Miami-Dade visto desde Miami

Condones y chalecos antibalas

No es que quiera hablar la ciudad donde vivo, pero hay que aceptar que además de ser la atractiva Capital del Sol, lo es también del mortal Sida. Según estadísticas oficiales que divulga Care Resource, la organización de asistencia a personas contagiadas con el virus más antigua de la Florida, todo el condado de Miami-Dade tristemente ocupa el primer lugar en Estados Unidos con el mayor número de nuevos casos por habitante. Se dice que sólo en la ciudad de Miami 1 de cada 100 personas que nos topamos a diario, tomando, bailando o sosteniendo relaciones sexuales entre ellas en una noche de juerga, son VIH positivos. Y a nivel estatal estamos igual: Florida es la tercera entidad con más personas contagiadas con el mal: 125 mil.

A diferencia de los demás, los que vivimos aquí sí podemos ver la película completa y darnos cuenta del bifrontismo de la postal: la cara principal que muestra la belleza del paisaje surcado por pelícanos y delfines, sus cálidas playas, sus emblemáticos hoteles con luces de neón o sus cruceros, colosales edificios en movimiento que prometen llevarnos a verdaderas islas de la fantasía… ¿A poco no se antoja? Eso atrae turismo, eso vende.

Pero la otra cara no, ésa no se muestra. Y es la que en verdad sufre el costo de vivir en Miami, la que soporta largas jornadas al volante bajo el infernal sol y la humedad para ganar siete dólares la hora. Es la que ahuyentaría a los visitantes porque es fea, insegura y con fama de viciosa. Ahí están los sectores de Liberty City, Little Haiti, los alrededores del Downtown o el área entre la Séptima Avenida y North River Drive, este último sitio habitado por personas de ascendencia africana y haitiana, y considerado el tercer barrio más peligroso de los Estados Unidos en un estudio de Neighborhoodscout.com, un motor de búsqueda, descripción y estadísticas de vecindarios, con acceso a las bases de datos de la Policía y del FBI.

En todas partes, la misma vaina

Y para darle el toque mexicano, no se puede dejar de mencionar, a unas cuantas millas, el panorama de edificios descascarados, motelitos, bares y téibols de nuestros paisanos de Homestead, trabajadores del campo que, como muchos en este país, luego de una agotadora semana arando tierra o cosechando de ella, se relajan con un six pack de cervezas bien heladas y canciones rancheras, algo poco usual para oídos mayoritariamente salseros, raperos y bachateros de por acá.

Hay personas a las que les confunde el hecho de que “Miami” tenga dos alcaldes. Es más, alguien me decía hace poco: ¿Y por qué hay otro alcalde para la playa? Ahí les va la explicación: Una cosa es el condado Miami-Dade, que abarca a Miami y a sus ciudades conurbadas, cada una con su propio alcalde; y otra cosa es Miami, que tiene su edil, así como tiene el suyo la ciudad de Miami Beach (la popular zona turística separada del centro de Miami tan solo por un puente). Así que la confusión es perfectamente entendible. Hasta sus autoridades la han fomentado a su conveniencia. Por ejemplo, el website oficial de la ciudad de Miami destaca entre sus atractivos turísticos los de la ciudad de Miami Beach. Incluso los turistas creen que vienen a broncearse a las playas de Miami, cuando no es así; lamento decirlo, pero Miami no tiene playas: todos se asolean en la arena de la ciudad de Miami Beach. Así que no es de extrañarse que, como dirían los colombianos, para los que vivimos aquí, los turistas y la propia Forbes, “toditica es la misma vaina”.

En Miami se vive bien o no se vive. Es la brecha entre la miseria y la opulencia, donde el 22% de sus habitantes ha perdido el trabajo y apenas puede salir adelante gracias a la ayuda por desempleo que les otorga el gobierno, o por las estampillas que les da para comprar comida para sus hijos; es un Infierno con olas en los meses de verano; y es la mesita de lámina donde los ancianos remojan sus penas en café con leche y juegan dominó, entre pláticas de su Cuba querida y una que otra carcajada, imaginando que su pensión les alcanzará para cubrir las necesidades básicas del mes.

Éste es el Miami que no viene incluido en los paquetes de viaje. Tristemente, ya no es lo que era antes, una ciudad que nos hacía sentir a sus habitantes como si viviéramos unas vacaciones perpetuas, saldando con sus lagos, áreas verdes y el colorido cielo en sus ocasos lo que ningún salario podría pagar. Hoy la ola del tsunami nos pegó en la cara, de golpe nos abrió los ojos a la realidad y nos recordó que si queremos vivir mejor, tal vez tengamos que seguir el ejemplo de los gringos que hace años emigraron al norte cuando los latinos comenzamos a llegar. Tal vez tengamos que mudarnos a otra ciudad, a cualquiera. Total, dicen que ya vivimos en la peor.

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