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Ignorar la crítica y disfrutar la TV

Por: Jafet Gallardo 26 Jul 2013
“Cuanto más grandes son, más fuerte caen”. Unos le atribuyen la frase a Robert Bob Fitzsimmons, otros aseguran que en […]
Ignorar la crítica y disfrutar la TV

“Cuanto más grandes son, más fuerte caen”. Unos le atribuyen la frase a Robert Bob Fitzsimmons, otros aseguran que en realidad fue acuñada por Joe el demonio de Barbados Walcott; otros más, sin duda incómodos ante la idea de encontrar palabras de sabiduría en los labios de un boxeador, se apresuran a rastrear los orígenes de la frase hasta el siglo XVIII, en la colección de proverbios ingleses publicada en 1768 por John Ray, o incluso más atrás, en el In Rufinum del poeta latino Claudiano, o en la historia de David y Goliat del Antiguo Testamento. Sin importar su origen, lo cierto es que estas palabras parecen responder a la idea fundamentalmente utopista de un mundo que eventualmente corrige sus propias asimetrías, algo que en sociología suele expresarse por medio del concepto de “aversión a la desigualdad”. Dependiendo del tono y la intención que se le imprima, esta frase puede reflejar el deseo noble y universal de ver reivindicado al desfavorecido, al underdog de la cultura estadounidense, pero también puede reflejar otro deseo, uno más mezquino y quizás por eso más difícil de admitir: el de ver fracasar al grande, al fuerte, al poderoso, tan sólo por haber tenido el atrevimiento de serlo. No por nada estas palabras surgían una y otra vez en mi cabeza mientras leía las críticas que se habían apilado sin piedad sobre una de las más recientes producciones de HBO, The Newsroom.

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Si tuviéramos que señalar a alguien como el Goliat de la televisión, Aaron Sorkin sería una de las elecciones más obvias, especialmente si consideramos que su trayectoria incluye series como Sports Night, Studio 60 on the Sunset Strip y The West Wing. Además, Aaron Sorkin no es ningún extraño en el medio del cine, ya que en su carrera como guionista se cuentan los guiones de A Few Good Men, Moneyball y The Social Network. Gracias en parte a la fama que acarreó el éxito de estas últimas dos películas, Sorkin consiguió finalizar las negociaciones con HBO sobre una serie que giraría en torno a un noticiero emitido por cable, del estilo de CNN y MSNBC. El resultado de estas negociaciones fueron diez capítulos transmitidos de junio a agosto del 2012 y que siguen a Will McAvoy (Jeff Daniels) y a MacKenzie McHale (Emily Mortimer), presentador y productora ejecutiva del noticiero estelar de la cadena ficticia Atlantis Cable News, en su cruzada por devolverle los altos estándares morales y éticos al aspecto televisivo de la profesión periodística que hasta cierto punto ha sido asfixiado por la presión de ciertos factores, como la necesidad de mantener buenos ratings y la falsa idea de que la imparcialidad es el resultado de no hacer enojar a nadie.

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Los primeros minutos de la serie son electrizantes. El escenario es un panel de opinión organizado por una universidad católica del estado de Washington. Sentado entre dos personajes que representan de forma casi caricaturesca los puntos de vista liberal y conservador, Will McAvoy irradia carisma mientras evita una y otra vez responder con seriedad a las preguntas que le hacen los jóvenes de la audiencia y el moderador del panel hasta que, ofuscado por lo que parece ser la alucinación de una mujer claramente significativa para él y por la insistencia del moderador en conseguir una respuesta honesta y humana de su parte, McAvoy responde a la pregunta “¿Qué es lo que hace a Estados Unidos el mejor país del mundo?” con una negativa rotunda: Estados Unidos no es el mejor país del mundo y, en el silencio incómodo que resulta de tal afirmación, procede a enumerar una serie de cifras que indican que las únicas categorías en las que Estados Unidos supera a todos los otros países no son algo de lo que valga la pena enorgullecerse. Ahora bien, en el contexto del patriotismo ciego y obstinado que, a partir de septiembre del 2001, ha impregnado las declaraciones de la gran mayoría de las figuras públicas reales y ficticias de la cultura estadounidense, la respuesta de Will McAvoy parece como mínimo incendiaria y provocadora. Sin embargo, a esta diatriba inicial le sigue una especie de lamento por los antiguos días de gloria del país, un discurso corto en el que la palabra “moral” aparece dos veces y en cuya conclusión el dedo acusador acaba señalándose a sí mismo. Estados Unidos solía ser el mejor país del mundo porque su gente estaba informada por grandes hombres, grandes periodistas que los créditos iniciales revelarán posteriormente como Walter Cronkite, Edward R. Murrow, David Brinkley y Dan Rather. En este momento se torna claro que el verdadero peso de la crítica del discurso de Will McAvoy descansa no en Estados Unidos, no en los estadounidenses, no en la liberal y el conservador que repiten argumentos inertes a su lado, no en la rubia tonta cuya pasmosa credulidad desató el discurso en primer lugar, sino en sí mismo, en un hombre que ha desdeñado la tremenda responsabilidad del periodista en favor de una actitud evasiva y libre de compromisos.

En este discurso aparecen delineados los principales puntos sobre los que se erige la serie: la importancia de un electorado bien informado, la llamada a recuperar los estándares éticos y morales de la labor periodística, el idealismo de un hombre que decide dejar de lamentarse y empezar a emprender acciones para corregir los problemas que él mismo señaló en un principio y el doble papel de MacKenzie McHale: interés amoroso del protagonista y voz de su conciencia, una especie de brújula moral que apunta siempre hacia el camino correcto, por más escabroso que sea. Sin embargo, el verdadero momento de grandeza de The Newsroom llega más adelante, una vez que se ha presentado a la mayoría de los personajes y que el nuevo equipo del noticiero se ha congregado en torno a un nuevo programa que entre ellos han decidido llamar “News Night 2.0”. Will McAvoy da inicio a la primera transmisión del nuevo noticiario con una disculpa pública. Explica que, originalmente, a cambio de la concesión a las cadenas televisivas de las ondas aéreas que le pertenecen al pueblo norteamericano, una hora de la transmisión quedó reservada al reportaje de las noticias, con el objetivo de incluir en el mar de entretenimiento un espacio dedicado a la difusión de la información relevante para la toma de decisiones del país. Pero lamentablemente, advierte, faltó señalar que durante esa hora debería estar prohibida la venta de sus espacios, en pocas palabras, olvidaron prohibir los comerciales. Promete que el nuevo noticiero hará caso omiso de los intereses comerciales de unos pocos para concentrarse en presentar la información que potencialmente podría beneficiar a muchos, aclara que el balance no es sinónimo de una postura indefinida y se compromete a presentar de forma crítica los distintos lados de la noticia.

Hasta aquí parece haber suficientes razones para esperar la buena recepción de The Newsroom por parte del público y de la crítica. Su creador es uno de los hombres más respetados del cine y la televisión. El reparto cuenta con algunos actores jóvenes cuya carrera en la televisión apenas empieza, entre los que cabe destacar a Olivia Munn y a Dev Patel, pero también incluye a nombres de peso como Jeff Daniels, Emily Mortimer, Sam Waterston y Jane Fonda. Finalmente, dado que el cinismo y la falta de escrúpulos son los rasgos que definen a una importante mayoría de los personajes que a diario hacen su aparición en los horarios estelares de las cadenas estadounidenses, no parecería descabellado esperar que el idealismo y la moralidad a la que se aferran los protagonistas de The Newsroom fueran recibidos con agrado, al menos por el placer de ver una mayor diversidad en la pantalla. Pero las reacciones de la crítica a veces son inesperadas, y en el caso de The Newsroom, lo inesperado se da de muchas maneras.

En primer lugar, las reseñas son casi universalmente negativas; de hecho, es difícil encontrar una reseña positiva que no parezca disculparse por haber encontrado cualidades redentoras en el programa, o que no mezcle sus elogios con un puñado de alusiones a los defectos que han señalado otras reseñas. En segundo lugar, las reseñas negativas se distinguen por hacer alarde de una ferocidad desmesurada, a tal grado que conforme avanza la fecha en la que fueron publicadas, el lenguaje en el que se expresan parece volverse progresivamente más venenoso. Por ejemplo, la reseña del Miami Herald del 24 de junio del 2012 (una semana después de la publicación de las primeras reseñas negativas de The New Yorker y del New York Times) se expresa en términos tan cáusticos y abrasivos que uno tiene que preguntarse si vio la misma serie que el crítico: “Monstruosamente mal planeado e incompetentemente ejecutado, alimentado por una mezcla explosiva de arrogancia y desdén, The Newsroom es un fracaso histórico, un programa destinado para la lista de ¿qué estaban pensando? de la televisión. Los estadounidenses no han visto a algo estrellarse y arder en televisión con tal espectacularidad infernal desde 1957, cuando el Vanguard estalló en la pista de lanzamiento de la NASA”.

El veneno desmedido que ostenta la mayoría de las reseñas puede resultar hasta cierto punto inesperado, pero lo verdaderamente sorprendente radica en el objeto de los ataques de la crítica: en lugar de evaluar los errores y los aciertos de la serie, la mayor parte de las reseñas parece deleitarse en señalar los vicios de carácter de su autor. Es cierto que como creador, productor ejecutivo y escritor principal de la serie, Aaron Sorkin es el principal responsable de su éxito o fracaso; sin embargo, hay algo de extraño en la persistencia de algunos críticos en usar algún elemento de la serie a modo de trampolín para elaborar juicios desfavorables de un hombre a quien hace algunos años se le celebraba por precisamente las mismas razones por las que ahora se le denuncia. En lógica a esto se le conoce por el nombre de argumento ad hominem, una falacia que consiste en desacreditar a la persona que defiende una postura en lugar de evaluar la verdad o falsedad de ésta. Por ejemplo, la reseña de The Washington Post concluye con una cita de uno de los diálogos de Will McAvoy en el que se expresa en contra de los reality shows y niega la validez de argumentar que son un placer culposo, aclarando que las peleas de gallos entre humanos nos vuelven mezquinos y nos insensibilizan; sin embargo, antes de preguntarse si hay algo de cierto o al menos de interesante en las palabras del personaje, Hank Stuever comenta: “y ahí va, diciéndonos lo que Sorkin quiere decirnos sobre nuestra adicción cultural a la televisión. Este sermoneo es en sí mismo una especie de placer culposo, sólo que no es tan placentero como solía ser”.

Aquí cabe preguntar si la buena reputación de Aaron Sorkin como creador es su principal enemiga. Durante los más de 20 años de su carrera como escritor, Sorkin ha acumulado una serie de rasgos distintivos que forman parte de su estilo personal, tales como la preferencia del diálogo sobre la acción, los intercambios rápidos entre sus personajes, los monólogos en los que el personaje expresa su forma de sentir y pensar y la aliteración en los nombres de sus personajes, por nombrar algunos. Sin embargo, la crítica parece empeñada en negarle el derecho de cultivar y hacerle honor a su estilo al mismo tiempo que se abalanza sobre él, acusándolo de repetirse a sí mismo. Uno de los ejemplos más significativos de esta acusación en particular es un video que fue subido originalmente a YouTube y que revela, gracias a un trabajo meticuloso y descomunal de edición, los casos en los que algún diálogo se repite a lo largo de toda la obra de Aaron Sorkin. El título de este video es, como cabe esperarse, “Sorkinismos”.

Continúa leyendo la reseña AQUÍ y sigue a @rcuadrivio para enterarte cómo llevarte la serie en blu-ray.

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