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#DeTresDedos: El Diez

Por: Jafet Gallardo 30 May 2014
Para los románticos del balón y seguidores de la filigrana, la pausa y el toque, la habilidad y la magia […]
#DeTresDedos: El Diez
Para los románticos del balón y seguidores de la filigrana, la pausa y el toque, la habilidad y la magia el “10” es, por una definición que todos aprendimos sin saber de dónde viene, el jugador creativo, inteligente, pensante, el “hacedor” del juego. La pelota desordenada, el rebote, el rechace, el punterazo espontáneo o el centro prescindible que pasa por sus pies se transforman misteriosa, instantáneamente, en pelota de gol.
 
Cuando buscamos la historia de este número mágico, los datos nos dicen que hasta 1928 los jugadores de futbol no tenían números en la playera y que éstos fueron utilizados en un partido Arsenal-Chelsea para que el árbitro pudiera identificar mejor a los futbolistas en el campo. Con el avance del tiempo, en el mundial de Suiza 1954, los futbolistas titulares usaron invariablemente los números del 1 al 11. En los esquemas iniciales, como el 2-3-5, el 10 le era asignado típicamente al atacante interior por la izquierda, que luego evolucionó en el 4-3-3 a un mediocampista por izquierda. Pero el 10 de entonces no parecía tener todavía un aura especial. O no la tuvo hasta la aparición de un hombre al que muchos aún consideran el más grande del futbol mundial: Edson Arantes Do Nascimento, “Pelé”.

También aquí la historia se aleja de cualquier fantasía. Pelé recibió la 10 por mera casualidad. Se dice que la Confederación Brasileña de Futbol envió su convocatoria de jugadores sin números y un dirigente uruguayo, que se encontraba en la sede de la FIFA, asignó los números al azar. El entonces jovencito de 17 años se llevó la 10 y empezó a darle gloria y lustre en los encuentros de Suecia 1958, donde se coronaría al lado de grandes figuras como Didí (otro 10 que llevaba el dorsal 6) y Garrincha (el 11).
 
Desde entonces, la mitología en torno al 10 y al resto de las playeras ha crecido con el paso de grandes futbolistas. En los países sudamericanos, por ejemplo, se asignó religiosamente el número 5 a la posición del medio defensivo o de contención. También creció la popularidad del número 7 que se asignó en los dibujos tácticos al extremo habilidoso que corría por las bandas metiendo centros o perforando defensivas con su velocidad. El 8 se convirtió en un volante de salida clara. Y ni qué decir del número 9, que se convirtió en sinónimo mundial del goleador. Para bien o para mal, la leyenda del número 10 permaneció en los corazones de muchos. Por su función de distribuidor del balón y creador de jugadas de ataque, intermediario entre la defensiva y ofensiva, se le empezó a llamar “enganche”.
 
No obstante, el juego táctico, físico y de desgaste le pasó factura al virtuoso. ¿Qué se le reprochó al 10? Su aparente pasividad y falta de sacrificio en el juego defensivo. Su parsimonia y egoísmo fantástico. Su fragilidad y su intermitencia en el campo. Era como si el 10 jugara su propio partido mental, a un ritmo distinto al de los otros. Para muchos técnicos, el 10 empezó a representar un lujo y aún peor, una molestia o un desperdicio en la cancha. Los DTs querían recuperar pronto el balón. Mejorar sus transiciones. Defenderse y atacar más rápido. 
 
Así que el 10 vivió cambios o adaptaciones. Se le ha colocado como un medio defensivo adelantado con mayor o menor responsabilidad de marca, o como un volante habilidoso, o como revulsivo en el segundo tiempo o hasta de segundo delantero (o media punta), detrás de un jugador potente, alto o rematador. Pero su naturaleza legendaria se extraña más en su ausencia. En la era de los grandes atletas y los programas físicos que extienden la capacidad muscular y pulmonar, aún no hay manera de hacer más grande el cerebro y clarificar con talento en el campo. Eso se trae simplemente y no depende del tamaño. Puede desarrollarse, pero se nace con ello. 
 
El “10” se da por puñados, en distintas épocas. La polivalencia, técnica y capacidad goleadora de Pelé pudo iniciar con su leyenda pero quizá el gran definidor de la posición, después de Johann Cruyff (que usaba el “14”), fuera Diego Armando Maradona.  Gran conducción, técnica individual, picardía, pases precisos de gol, buen disparo a distancia o cobro de tiro libre, inteligencia para manejar la velocidad de un partido y destrabar un aparato defensivo, sorpresiva capacidad de poner a un delantero con un solo toque de frente al marco.

El “10” es el ejemplo de la dinámica de lo inesperado, de la pausa o el latigazo que resquebraja. A cuentagotas, después de jugadores irrepetibles como Pelé o Maradona, el “creativo” se ha negado a morir, aun cuando el fútbol moderno ha probado que se puede ganar sin él. El futbol latinoamericano ha gozado de Francescoli, Zico, Valderrama, Aguinaga o Riquelme. Desde el llano o la cascarita, a pesar de técnicos y esquemas tácticos, destructores y ultradefensivos, contra lesiones y hasta contra los propios futbolistas mecanizados, jugadores extraordinarios como Zinedine Zidane o Ronaldinho en los años 90 y a principios de la década del 2000 restablecieron la posición siendo dúctiles a los esquemas modernos y ganaron campeonatos con los mejores equipos del mundo. En las más recientes temporadas, Xavi e Iniesta se repartieron la función en el Barcelona y la Selección Española.

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Ahora, el mundial de Brasil 2014 vuelve a atestiguar la extinción de estos jugadores excepcionales. Las convocatorias no abundan en ellos. Aunque dotados con esas características, jugadores como Özil, Modric u Oscar aún no dan el salto definitivo para llenar esa camiseta. La gran esperanza de Argentina, Lionel Messi, aunque porta el número, no es un 10. Sus facultades trastocan el molde, él es un sueño extraterrestre hecho futbol.  
 
Arrastrado por la inercia futbolística, México tampoco parte con un 10 claro para el Mundial. Hace unos días, Cuauhtémoc Blanco, el último futbolista que llevó la playera con eficacia y personalidad se despidió de la Selección Nacional. En los recientes años la esperanza ha recaído en distintos jugadores, particularmente sobre Gio Dos Santos, que tampoco ha logrado darle el peso que merece. En el esquema de Miguel Herrera quizá una responsabilidad similar caerá en un incipiente Luis Montes o Marco Fabián. Los tiempos han cambiado, el mundo ha cambiado. Hay quien piensa que el 10 es un recuerdo de una época desvanecida. Un esquema mental y futbolístico que requiere una evolución en el futbol moderno. Aunque ligeramente exiliada, aún hay técnicos y escuelas y maneras de concebir el futbol que buscan al 10. En mi esperanza, el nuevo 10 está próximo a entrar al campo en ese debutante o en ese jugador que aún no conocemos y recuperará sus glorias perdidas. Porque aunque no se da a racimos, puede reconocerse fácilmente. Conduce pegado al pie, levanta la cabeza, reinventa la noción de lo posible. Juega en el llano, en la calle de al lado, en la barda detrás de tu casa, en el equipo de enfrente, o quizá alguna vez lo fuiste tú.
 

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