#2×1: En llamas o la distopía benéfica
Por:
Jafet Gallardo
27 Nov 2013
La más reciente entrega de la saga Los Juegos del Hambre consolida la carrera de Jennifer Lawrence y enriquece la […]
La más reciente entrega de la saga Los Juegos del Hambre consolida la carrera de Jennifer Lawrence y enriquece la franquicia que hace suspirar a millones de adolescentes.
Utopía y distopías
Hace pocos días el agente literario Barry Goldblatt declaraba para el periódico norteamericano Christian Science Monitor (nota que retoma El Clarín esta semana), que la novela distópica había muerto. Nada más falso. Tal vez había muerto el mercado para adolescentes, como terminaron por tragárselo con los vampiros y las novelas de fantasía. Periódicamente la industria editorial busca filones que explotar para, una vez saturado el mercado, encontrar nuevas betas. Pasó con la fantasía heroica en los sesenta, con la novela de espías, con las novela de amor erótico, con los zombies y está pasando con la novela distópica.
La verdad que dejen este tipo de historias lo agradezco mucho. Sin embargo, todavía nos faltan las adaptaciones cinematográficas (y su esperada avalancha de publicidad) de las sagas de Veronica Roth y claro James Dashner. Divergen, la primera y The Maze Runner, el segundo.
La distopía, (antónimo de la utopía), en esas historias es solamente un elemento de adorno para contar historias entretenidas para vender libros y entradas al cine. Las verdaderas distopías son alegorías de nuestro presente o premisas llevadas a sus últimas consecuencias. Algunas de ellas son Metro 2033 del ruso Dimitri Glukhovsky, donde se narra la sobrevivencia en los túneles del subterráneo de Moscú; Nosotros del también ruso Yevgeni Zamiatin, tal vez la primera novela de este tipo de historia y que evidenciaba el férreo control del régimen stalinista; La larga marcha, de Stephen King donde un pelotón de niños y adolescentes son obligados a marchar hasta morir; la dispareja Hijos de hombres de la inglesa P.D. James, que fue mejorada a su paso por el cine y claro Fahrenheit 451 del maestro Ray Bradbury.
Es lo mismo pero mejor
La crítica en Estados Unidos se desvive en elogios para la película que protagoniza la muy bella y talentosa Jennifer Lawrence, Los juegos del hambre y su secuela. Con tan buenas referencias quien esto escribe la fue a ver y si bien no salí decepcionado, sí un poco contrariado. Los juegos del Hambre intentan ir un poco más allá de lo que se esperaba de una película de adolescentes (Crepúsculo, por ejemplo). El uso de la cámara (que algunos consideraron frenética) me parece destacable, pero la fotografía, los vestuarios, en general me parecen lo que engancha a una trama que abusa de los lugares comunes del genero.
En un momento dado era como si el proyecto le sobrepasara al poco prolífico Gary Ross, como si no acabara de entender que tenía a un casting con muchísimo talento (Stanley Tucci, Wes Bentley, Donald Sutherland, Woody Harrelson), que podía pedirles más y que la historia tenía que ser más ágil.
En esta segunda parte Gary Ross es relevado por Francis Lawrence, un director chambista pero con mucho más oficio que nos vuelve a contar lo mismo que en la primera sólo que ahora de una forma más ágil, con más destellos, haciendo uso del increíble tupe azul de Tucci, dándole más juego a Sutherland, mostrando un poco de disidencia (casi completamente ausente en la primera parte) y solazándose con la belleza de Jennifer Lawrence.
La historia pudo haber sido contada bien en una sola película de dos horas pero cuatro cintas dejan más dinero en taquilla, eso sí. Bisnes are bisnes.
Las cochinas comparaciones
Fue el año pasado cuando se estrenó la primera parte de la saga Los juegos del hambre y las comparaciones con Battle Royale, la cinta japonesa del 2000 dirigida por Kinji Fukasaku basada en la novela del excéntrico Koushun Takami, no se hicieron esperar. No era para menos, las dos historias tenían puntos en común que las hacían parecer peligrosamente un plagio la primera de la segunda. En ambas un grupo de adolescentes son obligados a matarse en un juego mortal organizado por un gobierno totalitario y dicho juego es visto en televisión.
Sin embargo, Battle Royale lleva su premisa a límites superiores dejando a Los juegos del hambre en el camino. El grado de violencia, de complejidad en los personajes y el humor negro permitido por la censura japonesa hace de la cinta asiática una propuesta superior. Y esto mismo la condena a un grupo minoritario de espectadores que la han convertido en objeto de culto.
La sombra de la duda del plagio cayó sobre Suzanne Collins, quien antes de esa historia había escrito una saga de novelas infantiles llamadas Las Crónicas de las Tierras Bajas. En varias entrevistas tuvo que responder a la pregunta insistente de algunos reporteros que comparaban ambas historias. Collins dijo que su inspiración venía de la mitología griega, en especial del mito de Teseo y que nunca había siquiera oído de la cinta japonesa. Cuando se le preguntó a Takami sobre las similitudes respondió con un tajante: no me interesaba. Desde esa, su primera novela, el autor japonés no ha vuelto a escribir nada.
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