Burdeos: Tras las caminatas enológicas

Con nostalgia y una copa de champaña en la mano, me despido de Biarritz y del Ho?tel du Palais. Ahí voy, con mi espíritu de troglodita, a la estación de tren para viajar por hora y media a Burdeos, la capital mundial del vino, un lugar en donde podré seguir con esta actitud de viajero hedonista.
Desde la estación de Burdeos puedo ver que este destino es como un París chiquito, sólo que sus habitantes parecen estar más dispuestos a tratar con turistas que la misma capital francesa. Es una ciudad donde las personas –en su mayoría jóvenes– aparentan vivir felices, algo que agradezco infinitamente, sobre todo ahora que estoy en mi papel de hombre sibarita.
Mientras un taxi Mercedes-Benz me traslada al hotel, leo un folleto que incluye información sorprendente. Señala que sus edificios, monumentos e iglesias han sido diseñados por arquitectos de diversas épocas. Aunque desconozco a qué se debe que haya sido incluida de manera tardía, 28 de junio de 2007, a la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Si bien es una ciudad legendaria (fue fundada en el siglo III a. C.) los jóvenes han tomado la batuta en todos los sentidos. Se siente una vitalidad en sus restaurantes, hoteles y espacios púbicos. Su área urbana es una de las más atractivas de Francia, la cual ha transformado todo su centro histórico en zona peatonal, cerrando el paso a todo vehículo automotor e incluyendo modernos tranvías que cruzan por plazas y parques.
Si bien decían hace algunas décadas que Burdeos era una ciudad aristócrata venida a menos, hoy nada de esto es cierto: ha revalorizado todo su potencial y dejado atrás ese apodo de “La Bella Durmiente”, en referencia a su centro histórico y sus monumentos que antes no estaban suficientemente resaltados. Burdeos ha despertado.