Comparte
Compartir
Suscríbete al NEWSLETTER

Los lectores (dis) funcionales

Por: Miriam Limon 01 Jun 2015
#LibrosAlDesnudo Por Jaime Garba Dicen que cierta ocasión cuando Gabriel García Márquez andaba por París, ya como un connotado escritor, […]
Los lectores (dis) funcionales

#LibrosAlDesnudo

Por Jaime Garba

Dicen que cierta ocasión cuando Gabriel García Márquez andaba por París, ya como un connotado escritor, circunstancialmente presenció cómo, una señora de mayor de edad caía desmayada en medio del Café de la Paix. La leyenda narra que alguien reconoció a García Márquez y se le acercó diciéndole: “Por favor, haga algo, ayúdela”; el colombiano se quedó sorprendido ante la petición directa puesto que había muchas otras personas a quién recurrir. Cuando la señora se reincorporó, Gabriel se acercó a quien solicitó ayuda intrigado por saber cuál fue el criterio para haber sido seleccionado, ante lo que recibió como respuesta: “Usted es escritor, debería saber cómo salvar una vida”.

Gabriel Garcia Marquez

Pareciera mentira, pero alrededor del lector y el escritor hay varios mitos que tergiversan personalidades y dotan, equívocamente de facultades que no existen. Por ejemplo, por mi trabajo en un centro cultural y como escritor, es común que la gente, conocidos y no, se acerquen a preguntarme o pedirme cosas, que principalmente van de sugerencias sobre libros para sí mismos o para círculos de lectura; en algunos casos me piden que revise algunos escritos, sugiera cambios en guiones o dé mi perspectiva del trabajo de algún artista. Aquellas son cosas que me halagan y que me exigen como persona apasionada de escribir y leer lo mejor, aunque sea una simple opinión, pero también hay que saber los límites, porque nunca faltan las peticiones que salen de contexto: ser jurado de un concurso de baile o de la reina de las fiestas patrias, ser invitado a dictaminar actores para un casting, entre otras cosas. Hace no mucho, mientras estaba en un restaurante, la directora de un colegio se me acercó tímida para preguntarme de qué color creía quedaría mejor la fachada de su institución, extrañado no pude evitar pedirle que me explicara por qué me preguntaba eso a mí, a lo que respondió: “Es que veo que tiene muy buen gusto para los libros”.

Ojalá que mi buen gusto para los libros se extrapolara en todos los sentidos de mi vida, pero no creo que sea así, mas situaciones de este tipo me hacen pensar en lo disfuncionales que solemos ser los lectómanos a quienes a veces leer y escribir no nos sirve de mucho. Tengo un amigo que es un estupendo escritor y un magnífico lector, devora los clásicos con una capacidad de análisis impresionante, no se niega a los escritores jóvenes y sabe detectar a quiénes pintan para ser grandes autores; además, es físico-matemático, y a diferencia de muchos, como yo, no se le enreda el cerebro sumando dos más dos. Antes de aseverar que es el hombre perfecto deben escuchar esta anécdota: cuando por complejidades de la vida, y antes de viajar a España a hacer su doctorado; su beca dejó de llegar como cada mes, trató de encontrar trabajo desesperadamente, primero en universidades, después en instituciones privadas y de gobierno, y por último en empresas que aunque no tuvieran que ver directamente con su profesión, le brindaran un sueldo acorde a sus conocimientos, pero nada, por más que buscaba no encontraba, así que desesperado recurrió a su papá, dueño de una constructora que le ofreció un puesto de cargador durante una temporada, eso sí, con un buen sueldo, lo que pareció más una lección paterna que justicia laboral. Mi estimado amigo en un principio vio con beneplácito la propuesta pues pensaba que ser cargador era sinónimo de ahorrarse el gimnasio y que la cosa sería fácil. Para no hacerles el cuento largo, no pasaron ni dos días cuando dejó aquello y se postró en cama durante una semana sin poder mover un solo músculo de su cuerpo. Se sabe que ahora que es un adinerado doctor en física evita a cualquier costo tener que cargar siquiera las bolsas del mandado.

Yo lector acuso que no sé cambiar una llanta, que se me quema la comida tan sólo de recalentarla, que al hacer palomitas caseras pongo al sartén tapadera de plástico y se derrite, que meto al horno de microondas platos con cubiertos. Yo lector no sé separar la ropa a la hora de lavarla, apenas si puedo, después de una hora, ponerle la cadena a la bicicleta; no sé cuántas libras necesita un neumático, no sabría qué tomar si tengo un simple resfriado. Yo lector no sé sumar dos más dos, menos dividir, no sé decirle que no al franelero ni al limpiaparabrisas, no sé armar un mueble empaquetado, mucho menos cortar leña para una fogata. Yo lector no sé…

Esa confesión deberían rezar una y otra vez, hasta memorizarla, quienes como lectores se creen inmortales, y por supuesto deberían conocerla aquellos que ven en los que leen y escriben la sabiduría absoluta, basta citar un libro como pistola en ruleta rusa para que al apretar el gatillo del cuestionamiento el título penetre al orgullo de quien dirá “no lo he leído”. Los lectores no sabemos todo, y no deberíamos pretender saberlo, como cuando había el programa Domingo 7, e invitaban a escritores a cocinar y hablar de su obra, ¡oh sorpresa!, todos hablaban con majestuosidad de literatura, pero la mayoría preparaba ensaladas y emparedados de lo más elementales. Ojalá, por mi propio beneficio y el de la humanidad los lectores supiéramos todo, pero ni siquiera estamos cerca.

Foto perfil de Miriam Limon
Miriam Limon miriam.limon
Descarga GRATIS Calendario Revive el Poder 2025
Calendario
Descarga AQUÍ nuestro especial CALENDARIO REVIVE EL PODER MAYO 2025.
Suscríbete al Newsletter
¡SUSCRÍBETE!