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ENTRE EL BAÑO Y MIS DESLICES

Por: Jafet Gallardo 23 Nov 2016
Todo comenzó a subir de tono, la música, la temperatura, los besos y las caricias; de un momento a otro nos descubrí en el sanitario masculino, encerrados en un espacio pequeño, donde lo inevitable estaba por suceder.
ENTRE EL BAÑO Y MIS DESLICES

Por @crayolanaranja

Las mujeres, por lo regular, esperamos que alguien tome la iniciativa. Queremos ser presas de romances fugaces protagonizados por atractivos galanes que nos hagan temblar las piernas. Hasta hace poco, creía que esperar que él diera el primer paso era una de las mejores opciones pero estaba equivocada.

Todo comenzó aquella noche en el bar; mis amigas y yo festejábamos el cumpleaños de Marcela, cumplía 29, la casi llegada de los treinta, mucha fiesta y logros por celebrar.

Llevábamos algo de tiempo en el lugar cuando lo vi llegar: Estatura promedio, cabello un poco más largo que lo convencional, tez apiñonada y con unos brazos envidiables. Se hizo notar desde que entró, no podía pasar desapercibido. Se sentó a unas mesas de la nuestra,  bastante cerca para poder seguir mirándolo a detalle.

Inevitablemente nuestras miradas se encontraron, me gusta pensar que fue algo planeado por el destino. Sin embargo, decidí ignorar por un momento la presencia de aquel seductor que incita a lo prohibido y decidí continuar con la fiesta que teníamos en nuestra mesa.

La noche avanzaba y la música subía, los tragos y cócteles no dejaban de pasar por nuestra mesa. En un momento, sentí sobre mi cuerpo esa atracción inevitable de cuando alguien te mira fijamente, y ahí estaba él, con un whisky en su mano derecha y sus ojos clavados en mí. Mi nerviosismo se hizo presente, no pude evitar acomodar mi cabello, quitándome los reflejos necesarios para esquivar un vaso que caía por accidente de la mesa contigua. El accidente no sorprendió a nadie y mientras levantaba la mirada, me percaté de que notó el suceso.

Acudí al sanitario a limpiar mi falta de atención, esa mancha de bebida en la falda era algo que no tenía previsto portar durante el festejo. Hice mi mejor esfuerzo pero no conseguí eliminar el rastro, aún así decidí que no me importaría ese detalle y continuaría festejando. Al salir, lo encontré de frente y acepté que no podría contenerme. Lo besé; lo besé tan fuerte como jamás habría esperado, sentí su calor de inmediato, como me envolvían sus brazos de una forma protectora y la forma en que bajaba sus manos lentamente hacia mis nalgas, apretándolas de una forma tan seductora que era inevitable desear que no siguiera haciéndolo.

Todo comenzó a subir de tono, la música, la temperatura, los besos y las caricias; de un momento a otro nos descubrí en el sanitario masculino, encerrados en un espacio pequeño, donde lo inevitable estaba por suceder. Mi piel se erizaba todo el tiempo, sus manos grandes recorrían mis muslos buscando arrancar mi lencería; mis manos torpes desabotonaban su camisa y mis labios seguían besando su cuello y ese pecho masculino que tenía frente a mí. Mi cabello era un desastre, pero no podía evitar el anhelo de que jalara de él cada vez que entraba en mí.

Nos hicimos uno en un minuto, cada beso, cada embestida, cada mordida era compartida. Mis gemidos inundaban el baño de caballeros y su mano intentaba cubrir mi boca para no ser descubiertos, a momentos disfrutaba acercarme a su oído para percibir cómo me llevaba a un abismo. Sus ojos me veían directamente, me incendiaban por cada vez que lo sentía dentro. Mi sangre hervía y mi piel explotaba a su tacto, ahí de pie ocurría ese pequeño cuadro. Nos dejamos llevar por la locura de la seducción, estábamos por terminar pero no podíamos dejar de mirarnos fijamente cuando la velocidad comenzó a aumentar hasta que los dos llegamos al clímax.

Cerramos la escena con un largo y suave beso cuando todavía éramos uno. La música del bar seguía sonando fuerte de fondo y mientras arreglábamos nuestra apariencia, las risas cómplices y las miradas pícaras nos acompañaban. Él salió primero, yo salí enseguida, ambos regresamos a nuestras mesas para ser cuestionados por la ausencia y aunque nadie admitía nada, nos mirábamos secretamente con esa complicidad que sólo los que comparten un momento así de íntimo conocen.

A hurtadillas nos despedimos cuando llegó el momento, sabiendo que la próxima vez que regresáramos a ese lugar, los recuerdos se harían presentes.

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