Bienvenidos a la república de la FIL

Esta semana en Libros al Desnudo, la cita más importante para los lectores de habla hispana, FIL Guadalajara 2014. Somos lectores.
Por Jaime Garba
No es mentira, apenas termina el primer fin de semana de diciembre y ya estoy contando los días poco a poco, a veces desesperado, a veces con buen ánimo; para que regrese la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), la que para muchos es la república de lectores de la cual tenemos que exiliarnos por la cotidianidad a la que pertenecemos. Ojalá viviéramos todo el tiempo allí, qué genial sería que nuestros días transcurrieran entre esos pasillos literarios donde los libros nos vigilan y acompañan, pero quizá nos pasaría lo que enuncia el Principito, que tras un largo periodo lo evidente sería invisible a los ojos, ¿cabría la posibilidad de que tras el paso del tiempo aquellos libros se nos volvieran indiferentes?, tal vez por eso el dios de la lectura nos destinó a esperar 365 días para comenzar la peregrinación, algunos desde lugares tan lejanos, otros apenas cruzando la calle.
Ya comenzó la FIL y nada más importa, aquí estamos lectores, escritores, editores, aquí estamos con el ánimo en alto, adentrándonos en el universo que nutre nuestras almas, dejando el tiempo afuera, donde todo transcurre normal, las tragedias, las buenas noticias, lo que se supone debe pasar en la vida de los hombres. Si por alguna razón, sin planearlo alguien entra por las grandes puertas, debajo del gran letrero de “Somos lectores” no entendería, pero aceptaría con gusto, que el mundo no lo encontrara para reclamarle las cosas que usualmente hace con los humanos.
Este año ha sido difícil para mí en muchos sentidos, e incluso unas horas antes de emprender el viaje estaba en duda si lo haría, no podía ocultar mi tristeza, una profunda melancolía porque la travesía ya es toda una tradición, por mi cabeza pasaban las imágenes desde el 2008 hasta el año pasado, cada momento con detalles precisos, sabía que no ir representaba un fracaso, era como faltar a la cita anual con mis dioses de la palabra para su consejo, para llenarme de pasión para el resto del año, casi una traición imperdonable. Estoy seguro que quienes van a la FIL saben no exagero, esta fiesta del libro es también como un acto ceremonioso donde confesamos las lecturas y anhelamos nuevas palabras, así de importante es estar allí. No obstante, en un acto impulsivo decidí ir austeramente, digamos sacrificando la opulencia ideal con la que se requiere ir para comulgar en cada editorial y marcharsecon un libro en la bolsa; en mis mejores años terminaba con la espalda adolorida y los dedos morados por la presión causada por las bolsas que llenas hacían de cada paso algo tortuoso… pero sabroso, llegaba cargado de libros, diarios, revistas, playeras, catálogos, de muchas cosas que tiraba en el piso apenas llegando a casa cual botín y tenía todo el año para leer las adquisiciones y para recordar los gloriosos momentos. Este año fue distinto, sólo me permitiría comprar un libro, esa era mi misión, que entre los millones de ejemplares allí presentes encontrará el ejemplar perfecto, tuve tentaciones, motivaciones falsas que estuvieron a punto hacerme decidir por el equivocado, al final no fue uno, fueron dos, pero que significaron la gloria, “Matadero cinco” de Kurt Vonnegut, y “Las once mil vergas” de Apollinaire, este último título (literal), me pareció tan impactante que no se me quitó de la mente hasta que lo tuve entre mis manos. Menos es más, dicen, y para mí esta FIL lo fue desde la perspectiva de mirar todo con detenimiento, aprovechar cada instante, cada movimiento. Entré sólo a una presentación, a la de una biografía sobre Octavio Paz escrita por Christopher Domínguez Michael, con las participaciones de Elena Poniatowska, Juan Villoro y la editora francesa Fabienne Bredu, y escuchar las palabras de Villoro, por ejemplo, fue apropiarme de ese impulso vital que me recuerda mis sueños, a través de su voz que entendí no fue un capricho estar allí, sino un grato deber como lector que debo tratar de procurar siempre.
La FIL apenas comienza y en esa perfecta república habitarán cientos de miles de lectómanos, allí comerán, allí beberán y dormirán en las inmediaciones esperando termine la noche para volver a estar entre el aroma a historias. Mientras cada uno cumplirá sus misiones, a la par los diálogos vendrán sin cesar, los libros se desprenderán de sus casas editoriales sembrando una semilla que cada quien decidirá cómo dará fruto, en las presentaciones, los homenajes, en los encuentros entre profesionales del libro, entre tantas cosas, prevalecerá el amor por el libro y lo que representa, y nos recordaremos el lugar que pertenecemos, a uno al que desafortunadamente tendremos que dejar, mas no sin antes prometernos, bajo cualquier circunstancia, volver.