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Entrevista Playboy: Robin Williams

Por: Jafet Gallardo 09 Oct 2014
Rescatamos una gran conversación con el entrañable actor y comediante recientemente fallecido, donde habla de los secretos de la actuación, […]
Entrevista Playboy: Robin Williams

Rescatamos una gran conversación con el entrañable actor y comediante recientemente fallecido, donde habla de los secretos de la actuación, el stand-up, su descontrol con las drogas, las dificultades de la vida en Hollywood e incluso sus consideraciones sobre el suicidio.

Por Larry Grobel (1992)

Fotos de Mizuno

“¿Tuve sexo contigo? ¿Tomé una dosis de tu cajita?”

De muchos modos, Robin Williams sólo es un niño grande. Se nota cuando juega con su hijo de ocho años, Zachary. Williams está frente a su laptop, con el joystick en la mano, derribando aviones en la pantalla. Explota con entusiasmo infantil. “Esto es genial”, dice, “a Spielberg también le encanta”. Pero en otros aspectos, Williams ha crecido bien. El ocurrente comediante que se volvió una sensación en Mork&Mindy ha madurado como un genio del stand-up, además de ser uno de los actores dramáticos más respetados de Estados Unidos. Muchos cómicos han sido exitosos en películas, pero pocos han gozado de la estima que tiene Williams (o de sus dos nominaciones al Oscar). No muchos han superado los demonios personales que el actor enfrentó cuando las drogas y el alcohol amenazaron con destruir no sólo su carrera, sino su vida.

Casado por segunda vez y padre de tres hijos, Williams está en su clímax. Aparece en películas serias y no en comedias tontas, y ha construido una vida familiar en el norte de California, lejos de las tentaciones de Hollywood. Cuando Playboy entrevistó por primera vez a Williams en 1982, su carrera estaba en una encrucijada. Su show en televisión había sido cancelado después de cuatro años y su segunda película obtuvo pocas reseñas. Pero sus números de stand-up eran legendarios, cubriendo una enciclopedia de temas que dejaba sin aliento a su público.

Mucho ha pasado en los diez años desde aquella entrevista. Tras la muerte del actor John Belushi, Williams dejó de consumir drogas. Su primer matrimonio se derrumbó públicamente, y él aún está enojado por cómo la prensa cubrió su divorcio y su casamiento con la mujer que había sido la niñera de su hijo; además, su padre falleció. Pese a las turbulencias personales, su vida profesional fue en ascenso. Sus conciertos, álbumes, grabaciones y especiales de cable lo colocaron en la cumbre de los comediantes. Pero fue su desarrollo como actor lo que sorprendió a muchos. No todos sus filmes son memorables, especialmente los primeros, pero mientras su lista de créditos crecía, también lo hacía su reputación. Obtuvo su segunda nominación al Oscar por La sociedad de los poetas muertos y coestelarizó Despertares, junto a Robert De Niro. El director Terry Gilliam, que ha trabajado dos veces con el actor, dice de Williams: “Lo que sucede con Robin es que tiene la capacidad de ir del desenfreno y el enojo a lo tierno y vulnerable. Es la mente más excepcional del planeta.”

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Describiste que ser entrevistado era parecido a “dos leprosos bailando tango”. ¿No hay en realidad un leproso ―el reportero― y el sujeto, que no quiere que lo toquen?

Eric Idle lo describió mejor. Él dice que es una psicoterapia de un solo lado. Yo te digo algo y tú dices “maravilloso”. Yo me angustio por un problema y tú te vas cuando la entrevista se acaba. Y yo me pregunto “¿no me vas a ayudar?, ¿no vas a darme un consejo?”. Yo derramo estas cosas y tú las anotas y la gente las lee, pero yo no me siento mejor. Es como masturbarte en un túnel de aire. ¡Se te regresa a la cara!

¿Alguna vez diste tanto de ti para un personaje al punto de que estabas sobreactuando?

Claro. Me decían: “¿Por qué estás haciendo cara de tragedia griega? ¿Para que la gente sepa que estás triste?”. Bob Hoskins contó una gran historia de cuando hacía Ricardo III. Dijo que la primera noche se estaba esforzando muchísimo y la gente bostezaba. La siguiente noche le preguntó a un viejo amigo que estaba en el reparto: “¿Qué estoy haciendo mal?”. “Este es el problema, muchacho. La gente sabe que estás jodido. Todo lo que tienes que hacer es contárselo.” Y esa noche, Bob salió a escena y dijo su línea con una voz normal, no lanzándosela a la audiencia, y ellos escucharon. Con las películas, eso pasa todavía más. En el momento en que lo presionas o buscas la risa, la gente lo sabe.

Ahora que has terminado de rodar Hook (1992), ¿estarás feliz de salir de Los Angeles y regresar a tu hogar en el norte de California?

Sí. Este lugar es extraño para mí. Es una vida de fantasía, muy surreal. Es una ciudad donde hay muchas grabaciones. Cuando pasas más de un mes en Los Angeles, te topas demasiado de frente con tu carrera. Empiezas a leer las revistas especializadas buscando tu nombre. Te vuelves paranoico. Vivimos en una casa rentada en una área muy protegida en Bel Air, maldición, es una fortaleza. Hay una reja y un hombre que aprieta un botón para abrirla. ¿Qué es eso? ¿Así es como debería ser? Noooo. Pero es la realidad de este lugar y por eso no vivo aquí. La gente le hace cosas horribles a los demás y de todos modos trata de socializar aquí. Yo no vengo a socializar. La casa que compramos en San Francisco está en la boca de la bahía y puedes llegar luego de atravesar un parque precioso y subir por las playas occidentales. Es increíble. Es agradable poner un poco de distancia entre tú y el mundo.

Hablas de cosas horribles sobre el negocio. ¿Alguna vez te las han hecho?

Sí, y todavía me las hacen. No eres inmune a ningún nivel.

¿Te usaron como anzuelo para conseguir que Jack Nicholson hiciera al Guasón?

Sí. Estoy un poco encabronado por eso. Se lo habían ofrecido seis meses antes y luego me lo dieron a mí. Yo respondí, pero dijeron que lo había hecho muy tarde. Dijeron que habían ido con Jack el fin de semana porque yo no contesté rápido. Les dije “me diste hasta el lunes y te contesté en el plazo”. Pero sólo era para tener a Jack. En fin, lo bueno es que tengo el stand-up.

¿Pero no has tenido problemas también en esa área? ¿No hubo algunas quejas impresas en revistas de parte de cómicos que te acusaban de robar su material?

No me creo esa basura. Me tragué esas cosas hace tiempo con un poco de culpa, pensando “tienes razón, no soy original”. Sí, yo aparecía en los clubes ocho horas por noche, improvisando con la gente, jugando con ella, haciendo sketches. Y escuché algunas cosas de vez en cuando y usé algunas cosas accidentalmente. Eso es lo que me ganó esa reputación y estoy harto. Si supe que usaba la línea de otra persona, la pagué. Pero es una mierda pensar que me sentaba a escuchar a la gente y decía “eso es genial, voy a usarlo”. Estoy cansado de que me echen la culpa de eso. La gente también usaba muchas de mis cosas. Y a veces las personas también te dan material. Hace años, un tipo borracho se me acercó en la calle y me dijo: “Robin, aquí hay algo para ti: La cocaína es la forma en que Dios te dice que estás ganando mucho pinche dinero”. Mucha gente aparece y te dice cosas así. Y tienes que ser cuidadoso. ¿Escucharon eso de otra persona? Por eso evito tener algo que ver con los clubes.

¿Te ayuda el stand-up para mejorar tu actuación?

Lo ultrajante y agresivo del stand-up a veces es perfecto para actuar. Pero el otro lado de la actuación es quitarte todo eso de la piel, quitarte la armadura. Alguien le preguntó a Jack Nicholson: “¿Qué es actuar?”. Y él dijo: “¿Por qué tengo que contarte los trucos?”. Cada persona es motivada por un secreto muy, muy, muy profundo y encontrarlo te lleva por todo un camino.

¿Buscas esos secretos?

Sí, los busco para nutrirme. No conozco los grandes secretos de la actuación, ahora estoy aprendiendo que se trata de llegar al punto donde ya no actúas. Una especie de concepto Zen donde finalmente comprendes que ya no debes hacer lo que crees que es actuación.

Si actuar significa sobre todo dejar entrar a la gente, ¿no contrasta eso con el stand-up, que significa a menudo ser agresivo para mantener a las personas a distancia?

Puedes ser tan agresivo como quieras, dependiendo de lo temerario que seas. A veces quieres mantener a las personas a distancia, gente que ha bebido cuatro cocteles, doce cervezas y lo que siga. ¿En serio quieres dejarlos entrar? Pero a veces lo haces, encuentras al grupo correcto de personas y hablarás de cosas que te asombrarán. Pero debes ser cuidadoso, porque podrías empezar a hablar de cosas con las que aún no puedes lidiar.

¿Alguna vez te pasó?

No, me cuido de eso. Algunos problemas son profundamente personales. Me acerco a ellos y pienso que no estoy listo para lidiar con ellos todavía. Cuando estés cómodo con eso, podrás ser libre de eso. Si no, es cirugía a corazón abierto.

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¿Tienes una voz interior que a veces te censure?

Es una voz que me dice, peligro. Una noche en el Holy City Zoo [en San Francisco] cuatro tipos empezaron a volverse molestos. Se volvió una confrontación. ¿Estás preparado para eso? Depende. ¿Te das cuenta de que la peor cosa que digas te llevará a la violencia? ¿Puedes tratar con eso? Nunca bebí ni consumí drogas en el escenario, pero hubo ocasiones en que pensé que iba a tronar, sobre todo porque estaba crudo. Y una vez, alguien me dio una línea de coca antes de que saliera a función. La cocaína me puso paranoico y el escenario no es el lugar donde quieres sentirte así. Fue un pequeño viaje al infierno. Cuando bebía, la audiencia me enviaba un interruptor kamikaze (vodka con jugo de lima) helado. Querían verme caer. Matar al cómico y desinflar al muchacho. Mirar que el hombrecito se derrumbara. Y una noche, casi lo hice. Tomé cuatro de esos. No recuerdo lo que dije, pero la gente dijo que fue muy divertido. Estaba bailando con las sillas. Pero no quiero esa falta de control.

Vincent Canby describió una vez tu monólogo como “tan intenso, que uno siente que en cualquier instante el proceso creativo podría transformarse en un derrumbe personal”. ¿Sentiste que eso podía pasar?

¿El “quiéreme por favor o me voy a destruir”? Es como terrorismo en la comedia. Todo lo que hago es tomar una idea y expandirme a partir de ella. Dices una oración y una palabra dispara otra palabra y a veces vuelven a encontrarse y regresas a la premisa original. Cuando te sientes grandioso, sólo estás hablando y no hay conexión entre la inspiración y tu número. No sabes lo que es. Se vuelve una de esas experiencias fuera del cuerpo. Una noche en San Francisco, justo antes de que la Guerra del Golfo iniciara, no había estado en el escenario por mucho tiempo y todo en lo que había estado pensando simplemente explotó. Mi esposa Marsha me dijo: “Nunca te había visto tan concentrado y tan libre a la vez”.

Marlon Brando dice que los cómicos son personas con mucha rabia y dolor. ¿Tú también has sentido mucha rabia y dolor?

No. Primero, no pasé por una infancia muy difícil. Solía bromear sobre eso. Decía “yo tenía 16 cuando tuve mi primer Mercedes.” O “tuve que trabajar todo el verano para ir a Europa”. Tuve una infancia maravillosa. Lo que sufrí fue de una falta de contacto con mis padres y ser criado básicamente por una muchacha negra. Pude haber tenido muchos momentos incómodos, pero no hubo rabia ni amargura. Tuve esta vida de fantasía simplemente porque sólo me tenía a mí mismo para jugar.

¿Tuviste algún rito de paso para convertirte en hombre?

¿Te refieres a poner mi pene en una roca y pegarle a mis testículos con ella y luego convertirme en hombre? No. Realmente hice mi transición para ser un hombre cuando me fui de mi casa para estudiar la Universidad, adonde no había nadie que me dictara las opciones que tenía que elegir y me enloquecí por un año. Sólo dije: “Al carajo, aquí hay chicas con las que puedo acostarme y clases de teatro de improvisación, donde no tienes que aprenderte ni una línea y la gente se ríe”. Hice todas las pendejadas que siempre quise hacer. Reprobé todas las clases de ciencias políticas, pero encontré lo que hago ahora. Fue una catarsis extraña. Libertad total. Como ir de Sing Sing a un campo nudista. Todo se abrió ante mí. El mundo entero cambió en ese año. Luego vino el segundo periodo de transición, cuando tenía más o menos 30 y empecé a hablarle a mi padre, poco antes de su muerte. Fue como El Mago de Oz, donde te asomas detrás de la cortina y ves al hombre tal cual es. El hombrecito ahí detrás me decía “cuida a tu madre, te amo, he estado preocupado por algunas cosas. Y tengo miedo, pero no tengo miedo”. Es una combinación impresionante que va del júbilo a la tristeza al mismo tiempo, porque el dios se transforma en hombre.

¿Qué tan estricto era contigo cuando eras niño?

Nada estricto. Era serio. Se veía como un virrey inglés retirado. Nunca escuché a mi papá gritar, excepto una vez en que yo le hice una seña obscena a mi madre. Fue la única vez que me pegó. Mis padres eran yin y yang, y eso me dio el balance perfecto para hacer lo que hago.

A principios de los ochenta, cuando estabas inhalando tus ganancias, ¿qué tan fuera de control te pusiste?

Estuve totalmente fuera de control por un tiempo. Era miedo o un anhelo auténtico de escapar de todo. Sólo recuerdo que todo iba muy rápido, con toda esta gente apareciendo en mi vida. Ahora la gente de mis días en las drogas se me aparece y me dice: “Hola, ¿te acuerdas de mí?”. Y yo me quedo: “No, ¿tuve sexo contigo? ¿Tomé una dosis de tu cajita?”. Mi cabeza estaba dentro de una campana de cristal. Me volvía cada vez más loco hasta que eso se apagó.

¿Cuándo se detuvo?

Después de la muerte de John [Belushi]. Uno o dos meses después. Fue como ver caer a un elefante. Era un tipo que era una bestia, que podía hacer cualquier cosa y se había ido. Eso pone sobrio a cualquiera.

¿Qué es más importante para ti: tu vida o tu trabajo?

Un balance de ambos. El tiempo es una cosa delicada. Exprimirte durante la semana, y luego hallar tiempo para llegar a casa y no estar tan encerrado en uno mismo.

¿Tienes algún miedo de perder tu balance?

Recientemente, Jerzy Kosinski se suicidó, la razón fue que él no quería convertirse en un vegetal, no quería perder su agudeza. Hay el miedo de sentir que me vuelva no sólo aburrido y soso, sino una piedra, que no pueda brillar, provocar un fuego o hablar sobre las cosas; de empezar a preocuparme o a tener miedo de decir algo. Mientras pueda seguir tomando riesgos, ¿qué importa si fracaso? Diré “no me importa, me he pasado un tiempo muy bueno”. Si dejo de intentar, tendré miedo.

(Traducción: Adán Medellín)

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