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Vive por siempre, Johan Cruyff

Por: Staff FT 24 Mar 2017

Vive por siempre, Johan Cruyff

El mítico 14 holandés se inmortalizó a través su legado al futbol.

Una de las máximas de Johan Cruyff es: “Jugar al futbol es sencillo, pero jugar un futbol sencillo es la cosa más difícil que hay”. Intentando parafrasearlo, podríamos decir que hablar de Cruyff es fácil, pero hacerle justicia a su figura y su influencia en el futbol, es de una dificultad enorme.

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La noticia de su muerte, el jueves 24 de marzo, se recibió con un pesar tan grande como el asombro del mundo en Alemania 74, con el vertiginoso y revolucionario juego de Holanda. El Futbol Total era un estilo que tenía varios años incubándose en Europa, que se perfeccionó en el Ajax, pero que -en una época en que las novedades no viajaban por stream ni la información se divulgaba a velocidad internet- terminó maravillando a todo el planeta en aquel Mundial germano. En esa orquesta dirigida por Rinus Michels, Johan era el ejecutor principal, el más talentoso en una escuadra que bailó en los terrenos del realismo mágico: al paso del tiempo, contra la evidencia de los archivos y los videos, el mundo sigue hoy convencido de que el gran ganador de la justa fue la Naranja Mecánica. En un equipo capaz mezclar arte y ciencia, el 14 destacaba por acciones como el regate que ejecutó ante Suecia.

Bautizado por el periodista inglés David Miller como Pitágoras en botas de futbol (por la precisión de sus angulados pases y su visión para encontrar los espacios donde el balón tenía que ir), poseía además una rebeldía que alcanzaba el campo de juego: en Alemania 74 su playera tenía en las mangas dos franjas y no tres, como el resto del equipo. ¿La razón? La federación holandesa había hecho un negocio con Adidas; cuando él pidió su parte, los directivos se rehusaron y él determinó no jugar con la playera que ellos querían. Y no podían darse el lujo de dejar fuera a la estrella.

No fue esa su primera revolución; esa ocurrió varios años atrás, cuando ingresó a las fuerzas básicas del Ajax. Antes de su llegada, el apellido Cruyff remitía a la limpieza de los vestidores, función que su madre desempeñaba en el club. Conforme Jopi (como lo llamaba su padre, dueño de una frutería y fallecido para cuando él entró al club de Ámsterdam) fue ascendiendo en las divisiones inferiores del equipo, la referencia de su apellido en la entidad cambió de forma radical.

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Debutó con el primer equipo del Ajax en 1968 y luego de dejar ahí títulos (incluidas tres Copas de Europa), gambetas, pases y mucho futbol, para 1973 dejó Holanda y se fue a España. Ahí vino una muestra más de su rebeldía. El Ajax había pactado su pase al Real Madrid, pero él se negó: “Yo siempre he sido de ‘lo que ellos dicen no lo hago’”, le explicó en 2014 a la periodista Joana Bonet, en una entrevista para el diario El País. La presencia de sus antiguos técnicos Vic Buckingham y Rinus Michels lo atrajo a Barcelona, a donde llegó con su look desenfadado pero glamuroso, con una personalidad y un futbol que espabilaron al cuadro de la ciudad condal y que lo impulsaron a ganar su primera liga en 14 años.

Flaco, melenudo, subversivo pero elegante, barrió para siempre todos los complejos que hasta entonces aquejaban al cuadro blaugrana. El victimismo dejó de ser la tónica en el Barça, que a partir de Johan -y para siempre- se hizo al hábito de perseguir el triunfo; un hábito que se convertiría en vicio a partir de la segunda venida de Cruyff, a finales de los 80.

Tras una breve aventura por el soccer de Estados Unidos, pasó por la segunda española con el Levante en 1981; en parte por la añoranza del futbol europeo y en parte porque ciertos negocios le habían salido mal y necesitaba recuperarse en el terreno financiero. A su llegada al club aseguró: “Ahora soy más listo”, para resumir la diferencia entre el Johan de inicios de los 70 (cuando ganó tres Balones de Oro) y el actual. Pero aquello no acabó bien: el glamour y el carácter de una estrella como él no encajó en el medio humilde de la segunda y la mala mezcla reventó el vínculo tras solo 10 partidos disputados y dos goles con la camiseta del cuadro valenciano.

Parecía que sus botines se habían vaciado de magia, pero todavía tuvo tiempo de volver al Ajax y llevar más trofeos (ligas y copa) a las vitrinas del club. Y para cerrar su carrera, la afrenta, el desplante, la genialidad final: despechado porque Ajax no quiso renovarle el contrato, se largó con el Feyenoord enemigo para su última campaña, 1983-84, y lo hizo campeón de liga, para gloria suya y vergüenza del cuadro de Ámsterdam. Entonces, por decisión propia y no de una directiva, anunció su adiós a las canchas: “Los últimos partidos han ido muy bien y mucha gente pensó que seguiría un año más, pero tengo 37 años y me es imposible jugar como quiero, al nivel que quiero”.

Cruyff ideólogo

El Flaco usaba como referencia de su generación innovadora, melenuda y refrescante a los Beatles, aunque en realidad lo suyo se parecía mucho más a los Rolling Stones; más allá de que con el balón tuviera la sensibilidad de McCartney, la visión de Lennon, la espiritualidad de Harrison y hasta la nariz de Ringo, lo suyo estaba mucho más cerca de la rebeldía de Jagger y Richards.

Su carácter mantuvo ese rasgo cuando dio el salto al banquillo, en 1985. Debutó y comenzó a formar un palmarés como técnico -de nuevo- con el Ajax; el Holandés Volador no volaba ya con los pies (el magnífico complemento para su verdadera máquina, el cerebro), sino exclusivamente con la mente (“Se juega al fútbol con la cabeza; tus piernas están ahí para ayudarte”, solía decir). Repitiendo la ruta que siguió como futbolista, se mudó a Barcelona en 1988 y su éxito entonces sería aún mayor que en su primera etapa blaugrana.

Como técnico, dotó al Barcelona de un estilo que continuaba la cadena del Futbol Total, con velocidad, precisión y rotaciones sobre el campo, que emocionaba al grado de poner “la gallina en piel” (como decía él en su español holandizado) y que privilegiaba la inteligencia por encima del físico, como demostraba el eje de su equipo, un tal Josep Guardiola, físicamente delicado cuando Johan lo conoció, pero con una cabeza tan privilegiada que lo llevaría a replicar con Cruyff la relación mentor-ejecutor que el Flaco tuvo con Michels.

Si desde el campo Johan encandiló a la parroquia culé con sus ejecuciones acrobáticas, sus lances mágicos y sus goles improbables, como entrenador colocó los cimientos, las piedras fundacionales de la filosofía y la identidad que deberían distinguir al Barcelona, el camino que debería seguir (de preferencia hacia los títulos, pero sin que estos fueran el destino exclusivo): la filosofía de La Masía fue el resultado de la obra de Cruyff y su máxima aportación al Barcelonismo -más incluso que la primera Copa de Europa, en 1992, y que el maravilloso equipo que la consiguió, su Dream Team-. No es exagerado decir: sin Cruyff, no habría Guardiola, ni Xavis, ni Messis, ni Iniestas. Puede decirse que la obra del Flaco en el Barça consistió en sacarlo del derrotismo para convertirlo en una fábrica de talento, emociones y títulos.

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No abandonó esa misión ni después de que sus diferencias con el presidente del club, Josep Lluís Núñez, combinadas con dos campañas sin títulos, lo sacaron del Camp Nou en 1996. Siguió vigilando el desarrollo de los mecanismos que instauró desde sus puestos como consejero (para usar el término oficial) y como guía omnipresente (para usar un término más apegado a su realidad): fue él quien recomendó la contratación de Frank Rijkaard (el que llevó la segunda Orejona a las vitrinas del club) y el que más tarde desaconsejó la contratación de José Mourinho en favor de la arriesgada apuesta por el hasta entonces inexperimentado Pep Guardiola (el del sextete en su año debut, entre otras linduras). Su huella fue tan profunda que se marcó incluso en la España campeona de Europa y del Mundo.

Johan, el de la playera de dos franjas, el del cigarrillo (el maldito cigarrillo) en el vestidor antes de los partidos (los benditos partidos), el de la gallina de piel, el de las ideas brillantes y carácter testarudo. Rebelde, visionario, genial, volátil, desafiante, revolucionario, conflictivo… Eso y más fue Cruyff, posiblemente el hombre más influyente en el futbol moderno, dentro y fuera del terreno de juego, un tipo que nunca se irá porque su legado prevalece y a quien resulta contradictorio desear un descanso en paz, cuando durante su vida fue siempre dinámico, vertiginoso y vigoroso. Vive por siempre y gracias, Johan Cruyff.

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