Gilberto Prado: El milagroso retorno de Bobby Chacón
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El milagroso retorno de Bobby Chacón
No es exagerado afirmar que la pelea que sostuvieron en el Auditorio Memorial de Sacramento, California, Rafael Bazooka Limón (campeón del mundo) y Bobby Chacón (retador) ha sido la mejor en la historia de los pesos superplumas; una división donde México ha tenido como campeones mundiales, entre otros, a Érik el Terrible Morales, Julio César Chávez o Ricardo Arredondo. Tampoco es exagerado decir que, sin duda, fue el pleito más intenso y desconcertante de 1982 (11 de diciembre) y, por la dolorosa circunstancia que atravesaba Chacón, la más importante de su vida. Meses antes del combate (en marzo) Valerie, la mujer del californiano, le había llamado por teléfono para decirle que ya no aguantaba más verle boxear y que por ello se quitaría la vida. Chacón, más escéptico que preocupado, se fue al gimnasio a entrenar. Necesitaba el dinero: había ganado cientos de miles de sus batallas contra Rubén el Púas Olivares y contra el flaco explosivo de Managua, Alexis Argüello, pero el compromiso contra Juan Salvador Ugalde ya estaba pactado y no había marcha atrás. Chacón venció en tres rounds a Ugalde y así comenzó una fila de victorias tras el suicidio de su mujer. Volvamos al encuentro contra Limón. Era el cuarto enfrentamiento entre ambos púgiles con un saldo de una victoria para cada quien y un empate técnico: más reñido, imposible. Rafael Bazooka Limón se caracterizaba por un estilo desparpajado, indócil, rudo, bronco, esto es, atrabancado. Chacón era un boxeador inteligente que clavaba el aguijón de la derecha con maestría inusual. Hacia el cuadrilátero Chacón recordó lo que había sucedido al día siguiente del suicidio de su mujer. La circunstancia era simétrica. Preguntó cómo estaban las apuestas. La respuesta fue contundente ahora como ayer: “A favor del otro, como siempre”. El 11 de diciembre hacía frío en Sacramento. Bobby Chacón saltó al ring con el rostro desencajado, con la vida partida en tres, pero con la convicción de que se jugaba su última gran carta: la tardía oportunidad de recuperar el dinero y el prestigio perdidos. La mirada de Chacón en los momentos que precedieron al campanillazo del primer round, era vidriosa y punzante. No es exagerado decir que pocas veces hemos visto un duelo tan encarnizado como parejo. En el tercero y en el décimo episodios el ex soldado tlaxcalteca Rafael Bazooka Limón tumbó a su más odiado enemigo con fulminantes ráfagas de golpes sin ton ni son, pero con la fortuna de quien tira palos de ciego y acierta. En el cuarto round Bazooka Limón le quebró, con un brutal cabezazo, la nariz a su enconado oponente. Así tuvo que continuar la guerra Chacón, más temerario que valiente, a jugarse el pellejo en los últimos episodios. En el décimo tercero apreciamos la imagen que mejor podía definir lo que ocurrió en aquella noche inolvidable y frenética: el momento en que, de manera simultánea y rencorosa, ambos boxeadores salieron repelidos: Chacón víctima de una zurda endemoniada del Bazooka (un verdadero obús en pleno rostro); Bazooka sacudido por un derechazo prodigioso que dobló las rodillas del campeón del mundo. El último episodio es inenarrable: prefiero no contar aquí lo que ocurrió. Hay que ver el final de la pelea. Chacón se alzó con una justa victoria. ¿Cómo fue? No lo diré nunca. Hay que ver la pelea.
Al ser inquirido Bobby respecto de su tragedia personal, el flamante campeón del mundo sólo atinó a decir, con los ojos arrasados por el llanto, refiriéndose a su mujer: “Ella, simplemente…no pudo esperarme”



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