Maradona: 30 años del eclipse de gol
La trampa más grande y el gol más espectacular en la historia. Todo en la misma tarde
Diego Armando Maradona ha sido siempre -como todo hombre con gran poder o gran influencia- una figura de claroscuros, de contrastes muy pronunciados. La muestra más grande de las contradicciones que encarna el Diego ocurrió hace 30 años.
No hubo antes y no hubo nunca más en el futbol una ocasión en la que un solo individuo personificara, en un lapso tan breve, dos papeles enfrentados a tal grado, tan distintos y capaces de merecer juicios tan opuestos. Todo en cuestión de cinco minutos.
Era el mediodía en México. El 22 de junio de 1986, la capital del país servía de escenario en el Distrito Federal para algo más que un partido de futbol; era una suerte de continuación de una guerra que arrancó cuatro años antes, cuando Inglaterra y Argentina se disputaron la soberanía de las Islas Malvinas. Era un nuevo capítulo de aquel enfrentamiento porque, para Maradona, el choque “era como ganarle a un país”.
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Con el sol cayendo a plomo sobre el césped del Azteca, se llevó a cabo el duelo de cuartos de final de la Copa del Mundo entre la Albiceleste y el Cuadro de la Rosa. Toda la primera mitad, el marcador se mantuvo intacto, congelado. Hasta que se resquebrajó con una fechoría made in Villa Fiorito, el barrio pobre de Buenos Aires donde se crió el Diego.
Seis minutos después del descanso, ocurrió una de las trampas más obscuras en la historia del juego. Maradona condujo hasta los linderos del área y quiso tirar una pared con Valdano, que falló en el control de la pelota… el inglés Steve Hodge intenta cortar el viaje del esférico y lo manda en dirección a su arco, desde donde Peter Shilton sale por él. Es entonces cuando el Pelusa pega un salto para rematar y lo logra. Solo que lo hace con la mano.
La pelota acaba en la red y el 10, ágil de mente tanto como de pies, sale corriendo a la banda a celebrar. Segundos después, festejaba con el puño izquierdo por todo lo alto, como presumiendo el arma con que acababa de acuchillar a los ingleses (con la que les “robó la billetera”, como diría muchos años después).
Maradona acababa de perpetrar un crimen, un atentado contra el espíritu deportivo, una canallada que merecía ser condenada para siempre. El problema fue que la eternidad duró menos de cinco minutos. Ese fue el tiempo que el Diego tardó en cambiar de personaje.
Se hizo la luz | El futbol se había ensombrecido con aquel gol tramposo del 10 argentino. Los ingleses no terminaban aún de salir del shock provocado por lo que Maradona llamó luego “La mano de Dios”, cuando sucedió otro fenómeno, este de proporciones todavía más grandes e impactantes. Un prodigio que no solo sacudió a los ingleses, sino al resto del mundo y a la historia del futbol misma.
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Víctor Hugo Morales, todavía reponiéndose del bochorno de admitir que había celebrado una trampa a través de la televisión (“El gol fue con la mano… lo grito con el alma, pero tengo que decirles lo que pienso”), comenzó a narrar una acción que él mismo definiría instantes después -con una precisión astronómica y premonitoria- como La jugada de todos los tiempos.
“Ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, arranca por la derecha el genio del futbol mundial…”, se puede escuchar decir a Morales en Youtube. Es lo primero que dice al arranque de la jugada que inicia el Diego, la que lo consagró en definitiva como D10S (decir esto no es una exageración, tomando en cuenta que Jorge Valdano -el compañero que estaba en el centro del área, esperando la pelota que Maradona no le iba a dar nunca- le dijo tras el partido, en las regaderas del Azteca: “Ya está, te acabas de sentar en el mismo lugar que Pelé”).
A partir de que el Diego recibe la pelota, inicia una galopada en la que va dejando atrás y sembrando ingleses (cinco, contando a Shilton) a base de aceleración, gambeta, conducción, cambios de ritmo, amagues y recortes, que culmina con la pelota en el fondo de las redes.
A medida que la jugada progresa, se advierte con claridad la transformación de Morales en su voz; conforme el Genio del futbol Mundial se aproxima al arco, la cancha, la pelota y el futbol mismo se van iluminando de nuevo, hasta culminar en una explosión de euforia y de luz que terminan por embriagar al narrador y poniéndolo a llorar ante el milagro que acaba de contemplar.
Enloquecido, Morales se desgañita: “¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el futbol!”, mientras asimila que el Diego acaba de limpiar su propio pecado con la fuerza de su virtud.
Lo que hizo el 10 fue tan deslumbrante y dejó a Morales tan fuera de sí que años después este admitió la vergüenza que siente cuando escucha la narración: “Era como si me hubiese emborrachado, quitado la ropa y hubiese salido a correr por la calle”.
Lo cierto es que la locura del periodista y la del resto del mundo estuvieron justificadas aquella tarde mexicana, cuando el Diego llevó al mundo -con una pelota y en cuestión de minutos- de la rabia a la euforia, de la indignación a la adoración, de lo grotesco a lo sublime, de la felonía al arte, de la negrura absoluta al brillo irresistible.
Así pasa con los tipos como Maradona, con claroscuros tan pronunciados y personalidades contradictorias al grado que son capaces de provocar por sí solos un eclipse cuyos efectos siguen vivos tres décadas después.