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Cuauhtémoc Blanco

Por: Staff FT 28 Sep 2016

Cuauhtémoc Blanco

Nacido para ser el ícono americanista por excelencia, odiado por muchos, amado por otros, pero nunca ignorado.

Agresivo, exquisito, explosivo, fino, bronco, popular… Esos y otros adjetivos pueden definir a Cuauhtémoc Blanco, un tipo de temperamento contradictorio. Él es el último gran ídolo del club azulcrema que, sin embargo, estuvo a punto de no saber aprovechar su talento.

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Ángel González, bien conocido como la Coca, lleva muchos años detectando talentos juveniles para el futbol mexicano. En uno de los torneos a los que asiste descubrió a uno de los símbolos más importantes en la historia del América.

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En 1990, la Coca trabajaba como visor del club azulcrema. En ese año asistió a un juego de la selección de la delegación Azcapotzalco de la Ciudad de México, para ver a un chavo: “Alguien me dijo: ‘traen a un jorobado que nos metió tres goles’”. González recuerda la primera vez que vio a Cuauhtémoc Blanco: “Jugaba por derecha, por el centro, por izquierda… ¡siete goles metió!”.

Tras el juego, Ángel se acercó a Blanco y le preguntó: “¿Te gustaría ir al América?”. El muchacho lo rechazó: “Ya fui, pero me pusieron de central y no quiero volver”. Por suerte para las Águilas, González lo convenció y se integró a las Fuerzas Básicas del club.

Ante todo, el carácter

En una cancha de Tepito, conocida como Maracaná, Cuau adquirió el que sería su sello, según la Coca: “El barrio te da descaro, carácter… lo que no te dan las escuelas”. Con eso, el Temo compensó sus carencias físicas: cuando llegó al América, sus compañeros tenían tres o cuatro años en el club, con una preparación que él no había recibido. Su temperamento lo sacó adelante y le ayudó a adaptarse a un grupo en el que la mayoría de sus integrantes ya se conocían.

Como muestra de su personalidad, la primera vez que llegó al club y vio a figuras como Zague y Gonzalo Farfán, pensó: “Tengo que ganarle un puesto a estos cabrones”.

En el campo, definir a Blanco Bravo con una posición es imposible: anotaba mucho sin ser 9; desbordaba pero no era extremo; asistía y generaba pero no era mediapunta ni enganche. Blanco jugaba de Cuauhtémoc.

 

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Era fino, pero poco ortodoxo: podía bajar el balón con las nalgas y dar un pase con la joroba. Y le gustaban los roces. Ha admitido que lo motivaba insultar y pelear en el campo. Por algo protagonizó grescas como la de la Copa Libertadores ante el Sao Caetano en el estadio Azteca, que pudo terminar en tragedia.

Pero también tenía un gran don de gente. Organizaba asados en el América solo para los empleados del club; fue un tipo que salió del barrio pero que nunca dejó que el barrio saliera de él.

La afición lo adoró, en buena medida, porque él se partía la madre por su escudo, por las patadas que recibía de los contrarios y por los golpes que él tiraba. Cuau era capaz de contradicciones como soltar un puñetazo a un rival segundos después de dar una asistencia de taquito.

En sus cuatro etapas en América, entre 1992 y 2007, Cuauhtémoc consolidó una herencia de goles, pases exquisitos, polémicas y, encima de todo, la imagen de un tipo combativo, agresivo y talentoso.

 

119 goles hizo en torneos cortos, etapa en la que lidera la lista crema.

 

“En las canchas del América, en las que jugaban los jóvenes, los futbolistas del primer equipo veíamos a ese Cuauhtémoc bravucón, que no se dejaba intimidar y siempre trataba de imponer su calidad futbolística”

Luis Roberto Alves Zague.

 

Festejos inolvidables

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El ingenio que Cuauhtémoc Blanco Bravo exhibía al tener el balón en los pies aparecía también en sus festejos de gol, mismos que son parte de la gran historia que escribió como Águila.

 

A La Volpe con cariño
13 de noviembre de 1998 | Estadio Azteca

Ricardo La Volpe dirigió al América en el Invierno 96 y tuvo roces con Blanco, quien se desquitó en el Invierno 98 cuando el argentino estaba al frente del Atlas. Tras marcar el 3-1 luego de “arrastrar como a un gato” a Héctor López y demás defensas, Cuau se mofó del DT acostándose frente a él.

 

Cómo un perro
9 de mayo de 1999 | Estadio Azteca

“Ruégale a Dios que no te meta un gol, porque te voy a manchar de por vida”, le advirtió Cuauhtémoc a Félix Fernández, portero del Celaya, y le cumplió la amenaza; tras convertir en gol un penalti con el que las Águilas empataron 2-2 cerca del final, el ídolo imitó a un perro orinando en la línea de meta.

 

De a torero
12 de septiembre de 1999 | Estadio Azteca

Oswaldo Sánchez, portero de Chivas, prometió que Cuau no le anotaría en el Clásico del Invierno 99. El 10 aseguró que sí lo haría; ese día marcó dos goles y festejó el primero clavando sus zapatos, como si fueran banderillas, en la espalda de su compañero Víctor Salas.

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