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Termina la amarga sequía

Por: Staff FT 28 Sep 2016

Termina la amarga sequía

13 años duró el maleficio del América.

Durante los 80, el América acostumbró a sus aficionados al festejo recurrente. Celebrar títulos se convirtió en hábito americanista, con las cinco ligas que el equipo consiguió en esa década. Tipos como Alfredo Tena y Cristóbal Ortega se consolidaron como ídolos del club; refuerzos extranjeros como Antonio Carlos Santos y Daniel Brailovsky se hicieron leyendas azulcremas, gracias a su talento y a los títulos que ayudaron a lograr.

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Así, los 80 sembraron la costumbre triunfal en una afición que se hinchaba de orgullo por sus colores, pero que luego de una década victoriosa, viviría un periodo más largo, ahora al lado opuesto de la moneda.

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Después del título ante Cruz Azul en 1989, arrancó una época obscura para América, que vio como otros equipos le arrebataron el protagonismo de la liga que habían ostentado durante tanto tiempo.

El declive azulcrema ocurrió de forma gradual. Primero perdieron una semifinal (contra Leones Negros en 1990), luego cayeron con Pumas en la final de 1990-91 y después, poco a poco, América dejó de llegar a las finales.

La gloria le iba quedando cada vez más lejos a las Águilas y los recuerdos se iban haciendo cada vez más antiguos. Los trofeos de llenaban de polvo, los diarios que consignaban sus campeonatos se transformaban en pergaminos y las nuevas generaciones americanistas se conformaban con los relatos de quienes que disfrutaron al América en su esplendor ochentero.

 

El hermano incómodo

Si de por sí para las Águilas era duro ver cómo el éxito se había mudado a otros rumbos, era peor aún que los trofeos ahora se guardaran en unas vitrinas ajenas pero tan cerca de las propias.

Para mayor agravio azulcrema, durante los 90, la década maldita para el Americanismo, la escuadra más protagónica era de su mismo linaje. Necaxa compartía con América el apellido Televisa, pues ambas escuadras pertenecían a la televisora. Y aunque originalmente había sido concebido como el hermano menor, en la práctica los Rayos habían resultado un pariente muy incómodo para las Águilas.

Tanto por los enfrentamientos directos, en los que Necaxa le propinó derrotas a su hermano como el 5-1 en la temporada 1991-92 o en las semifinales del campeonato 1995-96, en el que los Azulcremas cayeron con global de 4-2.

Ahí radicaba quizá la mayor afrenta que el Necaxa representaba para el América: en su éxito contrastante con los sinsabores azulcremas.

Los Rayos aprovecharon los 90 para hacerse de un palmarés respetable: ganaron tres ligas y llegaron a otras dos finales. Tuvieron que terminarse los 90 para que acabara la espera Azulcrema.

 

13 de buena suerte

Abrumado por el éxito de su hermano, América le quitó piezas importantes, como los atacantes Sergio Zárate y Ricardo Peláez (de cuna americanista, pero consolidado en Necaxa), quienes brillaron como Rayos y para el Invierno 1997 pasaron a las Águilas, pero sin éxito.

 

Pero un ex Necaxista sí fue trascendental para los Azulcremas. A medio Invierno 2001, el técnico Alfio Basile fue cesado y en su lugar llegó un hombre que, desde el banquillo rayo le dio varios dolores de cabeza al América: Manuel Lapuente.

 

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En su segundo torneo, Verano 2002, Lapuente calificó a la liguilla con un cuadro de perfil distinto al de los 80: sin grandes ídolos (Cuauhtémoc Blanco estaba en España con el Valladolid), pero sí varios canteranos (Germán Villa, Rodrigo Lara, Raúl Salinas, José Antonio Castro) con algunos refuerzos de calidad, como Adolfo Ríos y otro ex necaxista, Luis Hernández. Además, tenían a una figura internacional.

Una de las críticas que se hicieron a las Águilas en los 90 fue que dejaron de traer buenos foráneos -salvo honrosas excepciones como Omam Biyik y Kalusha Bwalya-. Pero en 2001, llegó Iván Zamorano, chileno que había jugado con Real Madrid e Inter de Milán.

Con ese plantel, las Águilas de Lapuente entraron a la liguilla del Verano 2002, aunque como octavo general y con la ofensiva menos productiva de los que calificaron (27 goles).

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No obstante, el equipo creció en la liguilla y su motivación fue creciendo, primero por eliminar al superlíder, La Piedad, con global de 6-2 (“Nuestro ánimo se fue para arriba”, dice Hugo Castillo) y luego echando a Pumas en semifinales, con la vuelta jugaba en CU y Christian Patiño (otro jugador surgido de las básicas americanistas) como figura.

La final, de manera significativa, fue precisamente contra Necaxa, algo que, como recuerda Castillo, levantó suspicacias: “Se habló mucho porque éramos equipos de la misma empresa”.

En la ida, los Rayos ganaron 2-0. La vuelta, el 26 de mayo, ofreció a los aficionados Americanistas uno de esos duelos que en los 80 eran su costumbre. Aunque los Rayos mantuvieron su meta imbatida el primer tiempo, América empató en cuatro minutos, con goles de Patiño y Zamorano -ambos a pase del argentino Castillo- cuando quedaba menos de media hora de juego.

El empate global no se rompió y fue necesario ir a tiempos extra. Ahí, Castillo se convirtió en la figura, pues al minuto 107, en un tiro de esquina, marcó de cabeza el gol de oro que decretó el final del partido y de la espera águila:

“Sentí alegría, locura”
afirma el argentino.

El 13, tradicionalmente asociado a la mala suerte, fue lo contrario para el América, que tras ese número de años esperando por otra de liga, cortó su racha en el Verano 2002.

 

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