Sobrevivientes de los Andes
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Un aeroplano proveniente de Santa Cruz, Bolivia, rondaba el aeropuerto de La Paz, capital del país. En ella se transportaba un grupo de futbolistas mexicanos que sufrían por un aterrizaje al que no estaban acostumbrados.
“Volábamos entre las montañas por la gran altitud a la que se ubica esa ciudad (3,650 metros sobre el nivel del mar). Íbamos sorprendidos por la cercanía que teníamos con las cimas, cuando, de repente, el avión comenzó a descender de forma muy notable, se enfiló a la pista y aterrizó en pocos metros porque era muy corta”, relata aún con asombro Adolfo Ríos, portero de aquella experimental Selección Mexicana que el director técnico Bora Milutinovic llevó para encarar la Copa América 1997.
En cuanto el aeroplano tocó tierra, los integrantes del Tricolor solo deseaban trascender en el torneo al encontrarse en vísperas de la Semifinal.
El equipo mexicano había viajado al torneo muy cuestionado por la prensa y por algunos dirigentes debido a la inexperiencia de varios jugadores.
“Se luchó mucho para que nos invitaran. Fueron dos años de viajes a Sudamérica y de picar piedra. Por eso veo totalmente desfachatado que mandemos a novatos a foguearse”, dijo Emilio Maurer ‒ex vicepresidente de la Federación Mexicana de Futbol‒ antes de que el equipo viajara a Bolivia.
Ya en competencia, esa Selección tan criticada hizo méritos para, contra todos los pronósticos, llegar a semifinales y medirse ante el país anfitrión.
“Trabajamos muy fuerte para estar en esa fase, aun cuando nadie creyó en nosotros al salir de México. Sabíamos que no éramos favoritos y que habíamos viajado para adquirir experiencia, pensando en ganarnos un lugar para el Mundial (Francia 98). Teníamos que demostrar nuestra capacidad”, recuerda Adolfo Ríos, quien tuvo la titularidad del arco desde el segundo partido, ante el Brasil de Cafú, Dunga, Romario y Ronaldo; ya que en el primero, contra Colombia, habían parado Hugo Pineda y Martín Zúñiga.
“Estábamos ante una oportunidad única en nuestras carreras. Desde que pisamos Bolivia, Bora nos dijo: ‘Éste es el momento para demostrar que son aptos para el puesto y que la experiencia no es necesaria para sobresalir’. Era motivante”, explica Ríos, quien aprovechó la ausencia por lesión de Jorge Campos para disputar la titularidad a Pineda y Zúñiga, con quienes sostenía una sana competencia por el puesto además de buenas relaciones, sobre todo con el primero, su compañero de cuarto en la concentración.
“Un día fuimos de compras en Santa Cruz y me dijo: ‘Acompáñame a la juguetería’. Ahí compró una pistola Nerf (de balas de goma) que, según él, sería para sus hijos, pero yo le dije: ‘También le llevaré una al mío’… porque sospechaba lo que iba a hacer. Efectivamente, un día me atacó en el cuarto con su ‘arma’, a lo que obviamente respondí. Fue muy divertido”, recuerda Ríos.
EL CARISMA DEL MATADOR
Adolfo, al igual que sus 21 compañeros, sabía que ese partido de semifinales, ante la selección boliviana del portero Carlos Trucco y el mediocampista Marco Etcheverry, era la oportunidad perfecta para seguir exhibiendo el buen futbol que habían mostrado a lo largo del torneo, en el cual se presentaron con una victoria sobre Colombia gracias a un par de goles de Luis Hernández, quien, por cierto, era el generador de la alegría no sólo en la cancha, también en el vestidor.
“Luis atravesaba un gran momento, hacía goles de todo tipo y cualquier tiro lo ponía en la redes. Además, era muy divertido. A lo largo de las concentraciones hacía cosas impensables. Cuando los doctores o masajistas nos iban a visitar a los cuartos del hotel, tocaban. Al abrirles para que te atendieran, aparecía Luis con gritos que sí te espantaban porque, obviamente, no esperabas que saliera. ¡Imagina nuestras reacciones!”, confiesa Ríos riendo.
La ratificación del Matador como ariete llegó en el segundo partido, al marcar otro par de tantos que pusieron a Brasil contra la pared apenas jugado el minuto 31. Ese día, el Tri perdió 3-2, pero dejó una grata imagen, sobre todo Luis, a quien los periodistas asediaban para entrevistas y los niños, incluso brasileños, para fotografiarse a su lado.
La fórmula sirvió durante la primera mitad, la cual terminó 2-0 a favor del cuadro azteca. “Era increíble para muchos; para nosotros no porque habíamos trabajado para lograrlo”, señala Adolfo al tiempo que rememora la reacción del poderoso rival: “En una jugada, Duilio Davino rechazó un balón por aire y lo mandó a tiro de esquina ante la presión de un rival, quien lo golpeó abriéndole una herida y obligándolo a salir del campo para que lo atendieran. Antes de que Brasil ejecutara, Duilio estaba listo para reingresar, pero el árbitro (José Arana, de Perú) no lo permitió. Cuando se cobró el tiro, el jugador al que tenía que marcar Davino (Aldair) nos anotó el gol (2-1)”. Ahí inició la voltereta del Scratch do Ouro que luego culminaron Romario y Leonardo.
El ánimo era aceptable pese a la derrota. “Habíamos hecho buenos partidos ante Colombia, que en ese momento iba en los primeros lugares de la eliminatoria (de Conmebol), y ante Brasil, que siempre lleva estrellas”, presume Ríos.
Para el último duelo de la fase de grupos, se empató con Costa Rica, dando origen a otra ola de comentarios negativos y dudas sobre los jóvenes dirigidos por Milutinovic. “Era difícil que aguantáramos tres partidos al mismo ritmo en una semana”, indica Adolfo. A pesar de ello, la igualada ante los Ticos no perjudicó el pase del Tri a Cuartos de Final como segundo lugar del grupo.
CONTRA LOS FANTASMAS
Ecuador apareció en Cuartos de Final. Tras un empate en tiempo regular, el ganador tuvo que salir de los penales, definición que en competencias previas había sido la causa de duros fracasos del futbol mexicano.
En esta ocasión, la presencia de Ríos bajo los tres postes fue vital para el Tri. El arquero desvió tres remates convirtiéndose en héroe. “El mérito fue de todos. No queríamos llegar hasta esa instancia, pero disfrutamos mucho el triunfo, más porque no sólo se eliminaron los fantasmas de nosotros los jugadores, sino de la historia”, opina quien detuvo los disparos de Luis Capurro, Ulises de la Cruz y Julio Rosero.
La gran actuación de Adolfo condujo a México a semifinales, donde se medirían ante los de casa. “Nunca dejamos de creer en nosotros. Era un equipo joven, cierto, pero teníamos trayectoria en Juegos Olímpicos y Copa Oro”.
No existían temores por jugar ante Bolivia, no los amedrentaba la altitud de La Paz, mucho menos estaban preocupados por ser eliminados en la antesala de la final. Y es que, desde su partida del Distrito Federal, existían prioridades bien definidas.
“El objetivo desde el inicio era ganar experiencia, lo que viniera después era extra”, admite Ríos, quien evoca las palabras que Milutinovic pronunció en ese momento: “Sí se puede, vamos a ganar. Ojalá podamos hacer algo importante… Todo es posible en esta vida”.
EL ARBITRAJE DE EPIFANIO
El estadio Hernando Siles fue el escenario de la semifinal. México se puso en ventaja al minuto ocho con gol de tiro libre de Nicolás Ramírez, sin embargo, algunas irregularidades en el arbitraje del paraguayo Epifanio González resultaron perjudiciales para el cuadro mexicano.
“No hubo malas intenciones, pero sí fue una circunstancia rara”, asevera Adolfo Ríos.
El Tri perdió 3-1 y terminó con nueve jugadores tras las expulsiones de Claudio Suárez y Joel Sánchez, además de la de Bora, quien fue reprimido por el ejército local que invadió un par de veces el campo. “Nos dejó una sensación de impotencia”, considera al arquero.
“Perdimos porque ellos anotaron tres y nosotros uno”, se limitó a decir Milutinovic al término del partido. “Estoy triste porque se perdió el pase a la final, pero orgulloso por el gran esfuerzo de los muchachos”.
La Selección Mexicana tendría que conformarse con buscar el tercer lugar ante Perú, víctima de Brasil en la otra Semifinal.
En el seno azteca existía optimismo: “Era nuestra despedida del certamen y queríamos ganar”, cuenta Ríos mientras revela las complejidades afrontadas para ir de La Paz a Oruro, sede del estadio Jesús Bermúdez.
“Nos fuimos en autobús porqué no había otra forma de llegar. El viaje fue muy peligroso, sobre todo de ida, ya que tuvimos que subir por la ladera de la montaña y cuando íbamos del lado que daba al precipicio todos viajamos viendo por la ventana pidiendo no caer. El silencio revelaba una preocupación inminente. De regreso, ya nos tocó ir pegados a la montaña y fue menos inquietante”.
Ese mutismo pudo reflejar el miedo al abismo que los rodeaba, pero también, la inconformidad con el arbitraje que los afectó horas atrás en el Hernando Siles. De cualquier forma, ese Tri no se dio por vencido y se colgó la medalla de bronce, encontrando en esa victoria de 1-0 una revancha inmediata. “Tercero es mejor que cuarto”, consideró Bora hablando “por todos”, afirma Ríos. Más cuando la posición le dio prestigio y 250 mil dólares a repartir.
“Fuimos a Bolivia motivados por demostrar que teníamos el nivel para representar a México. Jamás sentimos que fuéramos una Selección de emergentes”, Adolfo Ríos.
“Ante Bolivia sufrimos de todo…desde decisiones arbitrales en contra hasta agresiones, pero al final nos ganaron con goles; no hay pretextos”, Adolfo Ríos.