La reconciliación del América…

Ibarra, Romero, Arroyo y Sambueza cambiaron los abucheos por ovaciones
Sin en el futbol es impredecible lo que pueda ocurrir, con el América de Ricardo la Volpe lo es aun más. Es un equipo de barrio, volátil. Un día juega al pelotazo y en otro le alcanza para ganar sin aspavientos y con chispazos de buen futbol. Los aficionados del club se lo reprochan.
El partido contra Santos no fue lo que en realidad pudo ser. Muy poco importó que en este duelo las Águilas buscarán más de medio boleto para clasificar a Liguilla. Las gradas del coloso estuvieron más vacías que de costumbre. Acudieron poco más de 26 mil aficionados y todos dejaron en claro que aun no sana la herida del Centenariazo y que solo hay una vía para mitigarla: la victoria.
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Ese amargo sabor de la eliminación ante Chivas en Copa MX se hizo presente cuando los nombres de Paolo Goltz, Osmar Mares y el técnico Ricardo La Volpe se escucharon por la megafonía del estadio. Con un ventarrón de rechiflas, la fanaticada les recordó y recriminó sus errores en el Clásico: al Bigotón, el haber matado el partido sacando a Oribe Peralta, mientras al par de zagueros el errar el primero y el último de los penaltis.
Ante Santos, los americanistas estaban sedientos de vitorear jugadas electrizantes, de corear goles y, por supuesto, de estallar con un triunfo. Y lo exhibieron en cuanto Renato Ibarra se desbocó antes de los diez minutos y consiguió un penal. Los Azulcremas se rindieron al ecuatoriano tras verlo tirar un par de regates hasta llegar al área, y luego explotaron al grito de gol cuando Silvio Romero anotó desde el manchón. No les importó que el penal fuese inexistente.
Pasó el efecto del gol y la afición regresó a las andadas. Cada que Mares tocaba el balón parecía que las gradas estaban atiborradas y en contubernio para abuchearlo. Sin embargo el americanismo recalcitrante de la Monumental irrumpió desde la cabecera norte con batucadas y cánticos que, con el correr de los minutos, arroparon al equipo hasta el final.
Insignificante fue que Santos empatara el marcador. El unísono de “Vamos, vamos América” pudo más. Fue el grito de guerra que hizo despertar a las Águilas y que desencadenó otro exultante grito de gol. Resonó el Azteca. Renato Ibarra se encargó de ello. Robó un balón en medio campo, lo condujo hasta llegar al área, luego le rompió la cintura a un rival y enmarcó el festejo de gol de Michael Arroyo.
Después de ello, hubo tres momentos en los que aficionados y recalcitrantes azulcremas fueron uno mismo: cuando Oribe Peralta ingresó por Silvio Romero, cuando anotó Rubens Sambueza, a quien vitorearon con el “Oeeee, oeee, oeee , Sambu, Sambu…”, y al terminó del partido. De la hostilidad, a la ovación y el júbilo en un respiro.
El ganar por dos goles de diferencia no es algo que indique que América tenga mejoría plena. Y menos cuando enfrentó a Santos. Hoy pudo consumar una goleada impecable -de no ser porque Renato Ibarra falló dos claras de gol y hubo error en el gol de Djaniny-, pero al americanismo le sirvió para desahogar las penas y para permitirle al club reivindicarse. Esta victoria fue clave y tiene al equipo a las puertas de encadenar su décima liguilla. Aunque los aficionados aun viven con el culebreo en el estómago por un Centenario donde no hay más penas que alegrías, las Aguilas dieron el primer paso para iniciar una plena reconciliación. Oportunidad tendrán para lograrla.